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El verdadero Clásico

Ni la familia. Ni el barrio. Ni los amigos del colegio. Ni los compañeros de trabajo. Es complicado explicar porque en Madrid la gente se hace de un equipo u otro. La condición social es la que menos influye a la hora de decidir. El Rey Juan Carlos está considerado como madridista, mientras el Príncipe Felipe es un conocido seguidor atlético.

Y es que hay un momento en la vida de todo madrileño en el que se ve obligado a elegir. No importa si vive enfrente del Santiago Bernabéu o si las ventanas de su casa dan al río Manzanares. No importan los colores de sus padres o de sus hermanos. Hay una extraña sensación que empuja a escoger entre el blanco y el rojiblanco.

El ruido de las fábricas al despertar, los olores y colores de la gran ciudad, hacen a uno sentir que se encuentra ante un gran acontecimiento cuando juegan Madrid y Atleti, que así es como los madrileños conocen a los dos equipos de la ciudad. Aunque muchos creen que el clásico de la liga española lo inventaron Real Madrid y Barcelona, eso no es así. El clásico de verdad siempre fue el derbi de la capital. Lo otro es algo más reciente. Por eso un Madrid-Atleti es especial. Y si es una final, más.

Madridistas y atléticos llevan muy dentro unas señas de identidad de las que jamás se separan. Es imposible encontrar a un aficionado de uno u otro equipo que anteriormente se haya cambiado de bando. Todos son genuinos.

La primera señal es el color de la camiseta. De eso no se tiene la menor duda. Hasta en el día de la primera comunión es difícil encontrar a un niño atlético vestido de blanco. Para eso se inventó el traje de marinerito con tonos azules. Tampoco es habitual ver a un madridista llevar sobre el blanco inmaculado de su camisa detalle alguno rojo, ni tan siquiera una flor.

No hay creencia sin un Dios. En Madrid hay dos. Los del Madrid se van ante la Diosa Cibeles a ofrecer sus hazañas. Los del Atleti acuden al Dios Neptuno a celebrar sus triunfos. Ambos Dioses están separados en dos plazas por apenas quinientos metros en el centro de la ciudad. Para este viernes hay diseñados dos dispositivos de seguridad diferentes para las celebraciones. A medida que cambie el resultado de la final, las fuerzas de seguridad irán cambiando su ubicación a la espera del lugar definitivo de la fiesta.

Los dos bandos han creado a lo largo de la historia motes y apodos para referirse al enemigo. Nombres que con el paso del tiempo se han ido asumiendo como una seña más de identidad de grupo para unos y otros.

Los clásicos rojiblancos llamaban merengues a los del Real Madrid por el color de su camiseta, cual postre de nata endeble. Los blancos pusieron a los del Atlético de Madrid el apodo de colchoneros, ya que parecía que habían hecho sus camisetas con las fundas de los antiguos colchones de lana que se vendían en la capital. Menos claros están los motes más modernos, los vikingos madridistas y los indios rojiblancos, aunque unos y otros los usan en tono negativo para hablar del rival y positivo para referirse a sí mismos.

Los estadios son lugares sagrados de reunión. Demasiados aficionados de los dos bandos se niegan a visitar el campo del rival incluso si juega su equipo. Es lo que convierte a esta final en excepcional. Mucho tuvieron que debatir los atléticos para aceptar el Santiago Bernabéu como escenario del partido. Al final primaron dos argumentos. El primero, la mayor capacidad del coliseo blanco. Las entradas se reparten en partes iguales entre las dos hinchadas. El segundo, la posibilidad de poder humillar al rival en su propia casa si la final cae de su lado.

Pero la seña de identidad que menos reconocen los dos bandos es la necesidad que tienen unos y otros de sentir al rival. La posibilidad que al menos dos veces al año tienen de compararse con el otro se convierte en imprescindible. Los dos años en los que el Atlético de Madrid descendió a segunda división se notó un vacío en la temporada. La falta de derbi liguero dejó un hueco en todos difícil de completar.

Hasta los que ocultan sus colores, incluso los que dicen ser de otros equipos que no son Madrid o Atleti, todos los que viven en la capital tienen su favorito en la final de este viernes. No se puede evitar. Da igual el blanco o el rojiblanco, todos se decantan por alguno de los dos clubes de fútbol más antiguos de la ciudad.

A veces da la sensación de que Madrid mira con envidia a otras ciudades españolas. Esas veces en las que Gijón, Bilbao, La Coruña o Málaga, por nombrar algunas, se visten con un solo color durante días. Días previos a un gran partido de fútbol para el local. Blanco, rojo, azul, verde... pero un solo color, el que levanta el ánimo a todos los habitantes y el que les hace olvidar los momentos difíciles que toca vivir en el día a día. Madrid no tiene algo así y eso hace más diferente una final de Copa como esta.

Si toda la ciudad, independientemente del color, tiene el ánimo levantado durante una semana, solo la mitad de ella seguirá de igual forma los días siguientes a la final. Aquella que consiga celebrar el triunfo. Ellos serán los que presuman. La otra parte será la que sufra. En la familia. En el barrio. Con los amigos del colegio. Con los compañeros de trabajo.