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¿Metería las manos al fuego por Suárez?

LOS ÁNGELES.-- Ni perdón. Ni absolución. Ni indulto. Luis Suárez sigue condenado, pero le han soltado los grilletes.

Convertido en el mejor delantero del mundo, Luis Suárez tiene una delicada debilidad por hincarle el diente a los semejantes.

Tres veces pretendió deleitarse con la carne ajena. Finalmente FIFA decidió poner fin a la consistencia consuetudinaria, canallesca y canibalesca de Suárez, y su apelación ante el TAS le permitió rescatar el regreso a las canchas.

El fundamento del castigo hacía justa la sanción: se trata, de una vez por todas, que Suárez no reincida en su antropófago hobby de andar tirando tarascadas de piraña en las canchas del mundo, porque luego de hacerlo en Holanda y en Inglaterra, se atrevió a manchar la alcurnia mundialista.

El castigo tiene esa esencia: tratar de impedir que se perpetre nuevamente un delito.

Cierto, hay una acto perverso en FIFA: pretende vengarse de quien lo desafía, por eso, sólo faltó que prohibiera a Suárez jugar incluso futbolito de mesa, para cortarle todos los lazos con el deporte para el que, queda claro, fue ungido y predestinado con excelsas facultades.

La Inquisición de FIFA, más vindicativa que punitiva, quedaba claro que fue a los extremos para de una vez por todas arrebatarle a Luis Suárez ese vicio o esa patología contra sus semejantes. Suárez se ha convertido en el lobo de Suárez y de sus prójimos.

El TAS decidió intervenir como el abuelo benévolo, como la madre tolerante, como el hermano conciliador, o, si se quiere, como el hipócrita y doble moral en el afán de ser mediador entre lo justo y lo injusto.

Suárez ya puede jugar con Uruguay y el Barcelona, pero no en partidos oficiales, sino en los amistosos, y hasta entrenar con sus compañeros.

Bondadoso, abnegado con la desgracia ajena, el TAS decide darle la oportunidad al profesional para que siga teniendo derecho a ganarse la vida, un derecho al final de cada ser humano.

Ojo: el TAS perdió mucha de su credibilidad cuando en el caso del Clembuterol se olvidó de sus principios, supuestamente inquebrantables e insobornables, y se olvidó de la esencia de sus normas, pero, especialmente, se olvidó de sus antecedentes, cuando antes había aplicado el rigor de sus leyes.

Cuando permite, cuando se convierte en cómplice para que México se burle de sus adversarios, de FIFA, de Concacaf, de la ética competitiva, al olvidarse del Clembuterol y aceptar esa bochornosa y farsante excusa de que es un "problema de salud nacional" o, como se dijo también, "un problema nacional de salud", en ese momento el TAS demostró que es tan vulnerable, tan corruptible, tan torva, como los que pretende enjuiciar y castigar.

Más allá de que siempre sus decisiones serán vistas con sospecha, y con la suspicacia, sobre sus intereses escondidos, queda claro que el TAS sigue operando como organismo regulador de las decisiones que puedan parecer injustas en el deporte.

Ojo, ya no es el paladín justiciero. Es el padre supremo de una familia donde la corrupción y la inmoralidad se ejercen, pero con permiso.

En el caso de Suárez, es una victoria del jugador, pero la sensatez de reducir el ámbito de castigo, sólo se podrá medir si en el futuro Luis Suárez no vuelve a morder a nadie, o si deja de tirarse clavados insanos y chapuceros, o si deja de fingir faltas, o si deja de perpetrar actos racistas.

Y reitero la pregunta de hace meses. ¿alguien, incluyendo al TAS, se atreve a meter las manos al fuego por él?

Al menos yo no, porque más allá de que salgan quemadas, pueden recibir una irracional mordida.