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A lo No-Chicharito, deleita a Madrid

LOS ÁNGELES.-- Javier Hernández anota. Y anota dos. Y anota contra sus genes. Anota a lo No-Chicharito.

Cierto: son goles inútiles. Como colgarle aretes de oro a una Miss Universo.

Hacer los goles siete y ocho de un 8-2 es como asesinar a un muerto después de la autopsia y sacarlo del ataúd. Y nomás para asegurarse que ya no resuelle.

Pero hay que hacerlos. Y esta vez el Chicharito no los hizo bajo su código de la fantasía de lo absurdo, es decir con la trompa, con el cachete, con la nuca o con la rabadilla.

Esta vez Chicharito traicionó su doctrina del remate fortuito, que para muchos oscilaba entre el chiripazo y el accidente, y que nos hacía presuponer que era el Chaplin del Gol, porque entre sus remates histriónicos, letales sin duda, y aparatosos, despertaba desde la risa hasta el azoro.

Era así que el gol era una comedia fina para su causa y una tragedia grotesca para la víctima.

Esta vez Javier Hernández mató dos veces con un arsenal distinto, igualmente efectivo, pero que generó, dentro del preciosismo de la ejecución, asombro, sorpresa y respeto.

Ya habíamos señalado que en el proceso inevitable dentro de la Liga Premier, Javier Hernández había recuperado el sentimiento y el sentido por el futbol, luego de vivir exaltado bajo la codiciada estirpe de los rematadores. El futbol está lleno de obreros, pero escaso, a nivel mundial, de esos asesinos que con estilete o cimitarra, son capaces de cortar las cabezas del adversario.

En el Manchester United, Chicharito recuperó la esencia de colectividad, de pisar terrenos y territorios que le habían sido prohibidos en Chivas y el Tri. Ya no era el último gatillo del cartucho, sino que se convertía en parte del armazón de la escopeta.

En los tiempos en que Sir Alex Ferguson lo tuvo bajo su tutela genuinamente, se atrevió a sacrificar a Berbatov, a Rooney, a Wellbeck y hasta a Van Persie, por hacer más útil a Javier. Y lo fue forjando.

Entonces, Javier aparecía por los extremos, llegaba a hacer recorridos más largos verticalmente, y su versatilidad crecía, hasta que cayó de la gracia de Ferguson cuando se atrevió a decir que "estoy frustrado en la banca", y esa animadversión del escocés se prolongó a la época de David Moyes, y al desdén descarado de Van Gaal, quien incluso reconoció que le era imposible pronunciar "Chicharito".

Insisto: los goles ante el Deportivo, eran como ir a clavarle las banderillas al toro cuando ya ha sido destazado y fileteado en la carnicería. Los goles siete y ocho son un acto de perversidad, pero que tolera la magnificencia de un deporte como el futbol que hace del espectáculo pirotécnico de las goleadas, un agregado de fascinación.

El primero, la prensa española lo coloca como el más espectacular hasta el momento en la Liga, cuando controla y le deja aire a la pelota, y de algún sitio misterioso, Chicharito, sin presiones, sin preocupaciones, la prende de izquierda, una pierna que se consideraba una parte inútil en el inventario anatómico del jugador. Golazo.

El segundo, más allá del roce de un adversario, demuestra que el primer gol le redituó a Hernández dos valores fundamentales para un goleador: confianza en sí mismo, y le convulsionó el instinto criminal del depredador, en este caso casi carroñero, porque el muerto se movía por inercia, porque ya tenía el tufo a cadáver.

Como consecuencia, la afición madridista va presurosa, exitista, a las urnas cibernéticas de Marca y proclama ahí que Chicharito debe recibir más oportunidades que Benzema.

Hugo Sánchez, desde la palestra intocable, irrefutable de ser Pentapichichi, una condición que ni CR7, ni Messi podrán igualar ya, asegura que al productividad de su paisano, es más concluyente que la de Benzema, quien en la feria de goles, ocho, del Madrid ante La Coruña, fue apenas un testigo impávido y estatuario, de la gula de sus compañeros.

Por lo pronto, este martes saldrá de titular ante el Elche. Se espera otra carnicería madridista.

Llegó el momento de ver si puede dar gusto a la afición madridista y a Hugo, para enviar a Benzema, al sitio más incómodo del mundo para los grandes jugadores, la banca, ese espacio que fue el cautiverio del Chicharito el último año y medio en el Manchester United.