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El buen juego de River no hace pie en el barro

BUENOS AIRES -- Hay una materia que el River revelación, ese que todos cargamos de elogios por su juego bonito, el puntero, el que continúa con posibilidades concretas en los tres frentes que compite, todavía continúa sin aprobar, y no es otra que la de la cancha embarrada.

Su estigma, su sombra negra. Le sucedió en la cancha de Arsenal, cuando apenas consiguió igualar en un terreno anegado por la lluvia, y ahora se repite la escena en el Superclásico disputado en el Monumental.

Es como si cuando le restaran la posibilidad de jugar por abajo, con pelota al ras del suelo, su potencia ofensiva se neutraliza. Y encima le abre grietas en su defensa. Más allá de que ante Boca haya sacado a relucir el amor propio que había mostrado contra Lanús, hay un dato cierto de la realidad: jugó gran parte del partido con un hombre más y, pese a esto, no logró sacarle provecho a esta ventaja. ¿Por qué le ocurre esto? Porque es un equipo que está configurado para jugar por abajo, para presionar, para asociarse, y todo esto cuando el campo está embarrado es imposible lograrlo.

Claro, usted pensará, entonces, que debería sacarle punta a ese costado flaco, y tiene razón. Ser un equipo integral, que se adapta a todos los terrenos, le permitiría transitar con mayor tranquilidad batallas tales como el que tuvo con Boca. En la cual presionó, tuvo al menos cuatro ocasiones claras para anotar, pero falló. Otro punto que deberá fortalecer.

El análisis frío del Superclásico parte de una premisa: no se tendría que haber jugado. El escenario no estaba en condiciones. Los que se vio estuvo muy lejos de parecerse al fútbol.

Tirar la pelota para arriba y correr detrás de ella, poner pierna fuerte y estar atentos a alguna pifia del rival, fueron los aspectos saliente de un partido deslucido desde lo estético y, como todo River – Boca, emotivo y pasional. Pero con los atenuantes sobre la mesa no se puede soslayar que el Millo de los últimos nueve puntos que disputó apenas consiguió cosechar tres. Por eso, así como desde esta columna hemos marcado las virtudes cuando el desempeño así lo ameritaba, ahora hay que encender una luz de alerta.

Esto no significa caos ni crisis, que se entienda el concepto, pero sí deberá encontrar rápidamente el sendero de los tres puntos. Porque así como las victorias en fila lo han llevado a escaparse en la punta de la tabla, la secuencia de empates le otorga a los que vienen atrás la inmejorable posibilidad de acercarse.

El barro lo lleva al esfuerzo, a meter, al juego desprolijo. Y esos no son los caminos que lo colocaron en lo más alto del podio de preferencias dentro del fútbol argentino. Ante Boca, tanta agua que cayó lo llevó a tener que acudir en forma obligada a dejar la ropa de gala y a colocarse el overol. Eso sí, de aquí en adelante tendrá que trabajar más fuerte para sobreponerse a los momentos en los cuales el campo no le permite desarrollar su juego.

Gallardo sabe que dentro de ese ideal que el busca, todavía tiene una asignatura pendiente. Para lo que resta de la carrera la respuesta anímica será decisiva. Porque se le vienen tiempos en los cuales la competencia se le intensificará, no tendrá tanto descanso y cuenta con un plantel demasiado corto. Esta vez no pudo lograr el envión espiritual que representa ganar el Súper (cosa que sí consiguió en el semestre pasado, cuando salió campeón). Al menos logró un empate que también parecía distante en una tarde donde todo le salía al revés. Premio consuelo, poco para un equipo que sueña con cosas grandes...