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Un paso casi decisivo

BUENOS AIRES -- Un paso gigante, inmenso, casi decisivo. River vivió un fin de semana ideal. Después de la seguidilla de empates, de la eliminación en la Copa Argentina, cuando, quizás, las dudas comenzaban a asomar porque el destino era Newell's como visitante con la complejidad que eso a priori supone, afloró el espíritu de un equipo con hambre. Y que además sabe lo qué quiere y cómo desea conseguirlo.

A lo largo del torneo demostró saber sobreponerse a la adversidad y el domingo lo hizo cuando estaba mostrando una de sus peores caras. Porque el River de la primera etapa había sido todo lo opuesto a lo que pretende su entrenador. Justamente en ese cambio es donde estuvo lo meritorio. Saber fortalecerse en la adversidad es síntoma de madurez y de templanza.

Pero aparte de todo lo positivo que tiene y va mostrando como equipo, quienes lo persiguen no parecerían estar a la altura de lo que necesitan. La irregularidad es lo que exhiben y eso les imposibilita usufructuar los baches que por momentos tienen los de Gallardo. Es ahí donde crece en magnitud lo expresado, en las virtudes propias y en las carencias ajenas. Tal vez esto es lo que percibieron el domingo por la noche, plantel, cuerpo técnico y dirigentes, quienes celebraron la victoria casi como un campeonato.

Sólido en defensa, con la pelota parada como un buen recurso para llegar al gol cuando el juego asociado no aparece, fuerte desde lo anímico e inteligente para superar adversidades (entre otras, las bajas de Leonel Vangioni y de Teo Gutiérrez), así está River hoy.

En el caso del partido con Newell's, hasta Marcelo Gallardo mostró una faceta diferente. Percibió que con todo lo complejo que venía resultando el encuentro ameritaba, una vez que se pusieron en ventaja, un golpe de timón desde lo táctico: así fue como alguien que habitualmente se caracteriza por variantes ofensivas o por buscar el gol en todo momento más allá del resultado, mandó a la cancha a Guido Rodríguez, volante central, y sacó al cerebro del equipo, Leonardo Pisculichi.

Como se dice habitualmente, cerró el partido. Y no estuvo mal, porque hay veces que las cosas no salen dentro de lo planificado y se debe claudicar en alguna idea. Así como River fue mutando y madurando, con el técnico ocurre lo mismo.

Como fue señalado, esta vez lo ganó gracias a la pelota parada y no con juego asociado. En ese rubro posee armas letales. Le tocó convertir a Ramiro Funes Mori, el verdugo de Boca en La Bombonera, con coincidencias respecto de aquel partido, porque la conquista llegó tras un corner, Néstor Pitana era el árbitro y él jugó como lateral, apenas un dato estadístico. Pero lo notable es que además del Mellizo, pudieron marcar Gabriel Mercado y Lucas Boyé, y se sabe que Jonatan Maidana y hasta Rodrigo Mora son buenos cabeceadores. Recursos variados.

Lo concreto es que el horizonte se le aclaró a River. Y que consiguió una victoria que, en el final de la carrera, podría terminar representando un título. Todo porque supo salir de la adversidad y porque, como se marcó, sabe qué desea y cómo pretende conseguirlo.