BUENOS AIRES -- Casi como si fuese un cómplice espejismo, el hincha de River disfrutó, en una forma que hacía rato que no paladeaba, de la vuelta del actual campeón del fútbol argentino a su casa.

Pese a que llegaba con nuevo entrenador, con un plantel sin tantos nombres destacados como en la campaña pasada, y con dos presentaciones oficiales previas que no invitaban a su gente a ilusionarse (empate, con victoria por penales, ante Ferro por Copa Argentina, e igualdad en La Plata ante Gimnasia por el certamen local), ese camino que tanto añora Marcelo Gallardo comenzó a ser transitado por sus dirigidos.

Con un fútbol de ataque, con circulación de pelota, con triangulación por las bandas, con presión en la salida del rival, con llegadas claras. A ustedes les parecerá un análisis sobredimensionado, pero no es así, se los aseguro, si no hubiese sido por la falta de precisión a la hora de definir, el primer tiempo que jugó el Millonario hubiese sido el ideal.

FotobairesTeo Gutiérrez abrió el marcador ante Central

Esto involucra lo que son, quizás, los dos aspectos más importantes del fútbol: lo colectivo y lo individual. Porque es complejo lograr que un equipo sea aprobado, con buena nota, en ambos tópicos. Siempre uno termina supliendo las carencias del otro y viceversa.

El domingo River se destacó por haber mostrado un notable funcionamiento de conjunto. Presionando en grupo, asociado a la hora de recuperar la pelota y haciendo circular en balón a la hora del ataque. Cada intento pasaba por varios pies, no eran arrestos individuales. A tal punto sobresalió el conjunto que a la hora de buscar una figura nos encontramos con que casi todos los jugadores anduvieron bien o muy bien. Uno de los mejores partidos de Teo Gutiérrez, una versión dinámica y desequilibrante de Carlos Sánchez, un Rodrigo Mora que, pese a no anotar, fue decisivo para el equipo, el Piri Vangioni de los mejores tiempos, dos cambios tácticos que al técnico le rindieron de la mejor forma (los ingresos de Matías Kranevitter y de Ariel Rojas) y así podríamos seguir destacando las virtudes de cada uno.

El que lee esta catarata de elogios se estará preguntando, con esa ironía de tablón, "para qué seguir jugando el torneo si estamos en presencia del campeón". No es así. Justamente en el comienzo se aclaraba que River venía de dos presentaciones muy flojas. El fútbol tiene esto, se puede pasar de lo malo a lo bueno y de lo bueno a lo malo casi sin una escala previa. Los análisis involucran el día a día. Por esto es que ahora Gallardo tendrá por delante el complejo desafío de la continuidad, de poder conseguir que su equipo incorpore ese funcionamiento y lo haga carne, que le salga de manera natural.

El desafío más difícil para cualquier director técnico. Ese que transforma a un equipo con aspiraciones en uno que puede hacer historia. La lectura cruda y realista es que este River, con un plantel corto y sin tantas estrellas, no se perfilaba como para perpetuarse en el tiempo, sin embargo dio una muestra de que el potencial para hacer cosas importantes lo tiene. Habrá que ver si ese gen que pretende incorporarle el Gallardo, el que se vio ante Rosario Central, sólo forma parte de ese cómplice espejismo que quiso darle un marco de gala a la vuelta del Muñeco al Monumental, o si realmente estamos ante el embrión de un gran equipo.

El tiempo lo dirá.

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BUENOS AIRES -- Hay que rendirse ante las evidencias. Más allá del título de campeón, que para muchos significa un reaseguro de ser el mejor equipo de la temporada, lo cierto es que River, realmente, terminó justificando el por qué de la conquista.

Esperada, soñada, merecida, postergada, pero que le llegó de la mano de una gran remontada de la mitad del campeonato hacia adelante. Después de muchos años, de páginas oscuras que ensombrecieron su historia, River volvió a creer en sí mismo, a darse cuenta de que, aunque es cierto que con la chapa sola ya no se gana nada, cuando un grande entra en zona de definición teniendo la autoestima bien alta, es complicado que ese sprint final se le escape.

Algunos pensarán hoy que no estaríamos marcando lo mismo si Chichizola no le atajaba el penal a Saja. Pero no es así. Ese fue un triunfo importante para River, es cierto, pero también es verdad que a lo largo de un campeonato son muchos los vaivenes que se sufren, los puntos que se ganas con el azar, gracias a lo fortuito o simplemente con algo de suerte, casi la misma cantidad de los que, por motivos similares, se van dejando en el camino.

Quizás la clave central haya estado en el Monumental, en hacerse respectar en su casa. River ya dejó de ofrecer su escenario como cuna de resultados épicos de sus visitantes. En estos días, aquel que va a Núñez lo hace sabiendo que no la tendrá sencilla y que, posiblemente, deje tres puntos como peaje obligatorio para continuar en el campeonato. Esa impresionante cosecha fue la que le dio la cantidad de unidades necesaria para imponerse en el torneo.

Pero hay más claves. Los jugadores que vinieron desde el banco de los suplentes fueron tanto o más importantes que los titulares. Los penales atajados por Leandro Chichizola, el gol de Ramiro Funes Mori a Boca, las irrupciones del Keko Villalva, la gran aparición de Ariel Rojas y del Lobo Ledesma, ambos suplentes en el comienzo de la temporada, en fin, son sólo algunos ejemplos de que Ramón, cada vez que debió echar mano a los relevos, lo hizo sabiendo que le rendirían igual o mejor que los titulares.

Los goles de Fernando Cavenaghi y su presencia dentro del grupo, como líder también afuera del campo, el aggiornamiento de Ramón Díaz a las necesidades de su plantel, todos son tópicos que aportaron para que hoy el Millonario esté viviendo una notable fiesta.

Y detrás de aquellos ojos vidriosos de los hinchas que festejaron en el Monumental se escondía esa mezcla de alegría y dolor, de pasión y de revancha, era lo que la gente necesitaba palpitar para sepultar aquel ingrato recuerdo de la B Nacional. Por eso las lágrimas, por eso la fiesta desbordante, por eso el agradecimiento eterno que el hincha le tributó al equipo. Tenían que cerrar una grieta en su alma, y lo hicieron. Porque es verdad que en la historia la estadística negra va a figurar siempre, pero también dirá que la recuperación no se hizo esperar tanto tiempo. Porque de la mano de Ramón y con la conducción de Cavenaghi, River recuperó su memoria y engrosó su nutrida vitrina de trofeos. ¡Un merecido campeón!

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BUENOS AIRES -- En un torneo donde nadie quiere hacerse cargo de la punta, River está teniendo el mérito de la convicción. Lo cual, a juzgar por lo que observamos los fines de semana en las diferentes canchas, no es poco. Y la realidad refrenda esta idea.

Obviamente que siempre además se debe tener material capacitado para pelear por un título, pero hoy también es muy importante la cabeza. Y desde ese aspecto es que River ha sacado una ventaja por sobre el resto. Sabe lo que quiere y, cuando el fútbol no le responde, son las ganas las que le otorgan el plus que le falta en su juego. Por eso, en un partido cerrado contra Argentinos, donde las dudas empezaban a flotar en el ambiente, el gol no aparecía, esa idea de ir para adelante, convencido de poder ganar, es que lo empujó a cosechar los tres puntos que lo dejan en los umbrales de un nuevo campeonato.

Por supuesto que es sólo una arista, pero no se debe soslayar que aquella que, hasta ahora, lo diferencia del resto. Gimnasia sintió el mareo que genera la cima, el temor de verse cerca del momento épico. Podrá refutarse el pensamiento diciendo que River también estuvo en la punta y flaqueó, pero hizo una buena lectura de su debilidad y supo cómo superarse. Por eso tomó impulso y llegó hasta donde se encuentra hoy.

Claro que frente a sí tiene el peldaño más complicado, el que trae dentro del combo la ansiedad, la presión de la gente, la idea de cosa juzgada, de fiesta anticipada, y todo lo que se sabe que sucede en un partido por el título. España, con el Atlético del Cholo Simeone, es la muestra fiel de cómo muta la personalidad ante la inminencia del objetivo. Pero en el caso de River, pase lo que pase, no se podrá discutir que fue su convicción la que lo colocó en la pelea. Ahora, cualquier rival que va al Monumental sabe que no le será sencillo ser noticia el lunes, como ocurría hace no mucho tiempo atrás. Está haciendo respetar la camiseta. Le faltaba trasladar eso a las salidas de casa, y en La Paternal lo logró.

El tema en el fútbol es que los resultados suelen borrar otros aspectos de una campaña. Y ante la inminencia de un campeonato, Ramón Díaz se encuentra de cara a viejo adagio de quedar ante la gloria o Devoto. En rigor de verdad eso resultaría injusto, porque más allá de lo que suceda el técnico tuvo el mérito de reorganizar un plantel que un semestre atrás estaba perdido en sus temores, al cual no le había encontrado la vuelta. Aquellas falencias de Ramón, quizás producto de su propia vanidad, logró superarlas en beneficio de River. Por eso, pase lo que pase ante Quilmes, el saldo será positivo. Aunque, por supuesto, coronar con una vuelta olímpica sería el inicio de la refundación de un club que llegó a tocar un fondo que jamás había sospechado.

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