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'Revancha', la palabra no dicha, pero invocada por Messi en su presentación con el PSG

LOS ÁNGELES -- Ansioso de cancha. Y de vestuario. Y de competencia. Y de revancha. Y de Champions. Ese gnomo vertiginoso, despiadado, obsesivo en el terreno de juego, tomó con parsimonia de burócrata, con ecuanimidad tibetana, y con la rutina de una contestadora automática, su comparecencia de prensa con el ParIs Saint-Germain este miércoles.

Lionel Messi recibió oficialmente otra camiseta número 30. Como aquella con la que comenzó todo en el Barcelona. Esa con la que terminará todo en Europa, antes de seguramente emigrar en 2023 a la MLS.

La recibió de manos de Nasser Al-Khelaifi, su patrón, un tipo mediocre como tenista profesional, pero astuto como empresario, con una fortuna estimada en 16 mil millones de dólares. Malo con el passing shot de revés cruzado, pero letal en los malabares petroleros.

Rostro inalterable, exponiendo una que otra sonrisa, Messi confesó su hartazgo en el inevitable ceremonial mediático. “Estoy ansioso de que termine esto para ir con los muchachos (jugadores del PSG) a entrenar”, dijo.

Se subió a la barcaza frágil de la temeridad: “Quiero ganar otra vez la Champions”. Mantuvo la compostura y la lealtad, al dejar en claro que aquella pléyade blaugrana con Xavi e Iniesta “es irrepetible”, aún con Kylian Mbappé y Neymar.

Cierto, Mbappé aún no renueva. Esgrime que quiere un equipo con aires de conquista. Remolón, roñoso, este miércoles se llevó una advertencia de Al-Khelaifi. “Mbappé es parisino, muy competitivo, quería un equipo competitivo, creo que no hay nada más competitivo como equipo (en referencia al PSG), no tiene excusas”.

Incluso, la frase más prometedora de Lionel pareció un mensaje para el francés: “Mi sueño es ganar otra Champions y siento que he caído en el lugar ideal para lograrlo”.

Messi encaró preguntas de todo tipo, que él llevó a un lugar común y que en la cancha, por cierto, repudia. Sí, todos los cuestionamientos los llevó al banderín de tiro de esquina, y ahí, los sobó, los anestesió, los enfrió, se comió el reloj. Todo fue elogio, sin apóstrofe alguno.

¿Será que por primera vez Messi se convierte en un mortal más del mundillo de los asalariados? Sí, cierto, un asalariado con privilegios mayúsculos. Seguirá haciendo lo que mejor sabe y lo que más le gusta. Pero esta vez no está donde querría estar, sino donde debe estar. En Barcelona, con salario y premios de escándalo, donaba con amor su talento, ahora los ha puesto en alquiler, ambos, el amor y e talento, también con bonificaciones de escándalo.

Reiteró, hasta el reiterado cansancio, en esa comodidad de jugar pegadito al banderín de córner, que en el vestidor del PSG encontrará amigos, y que la calidad de la plantilla, las amistades con Neymar y Pochettino, y el hambre de competencia, terminaron por convencerlo de elegir París.

Revancha es un combustible poderoso, nuclear. No usa la palabra, pero Messi la describe de manera inequívoca. Lo hace cuando replantea su urgencia por ganar otra Champions y por el placer culposo que le significaría enfrentar a su cuna culé en el festival máximo de clubes en el mundo. “Sería lindo regresar a Barcelona y con gente (en la tribuna)”. Claro, la venganza sin testigos presenciales, corre el riesgo de ser más anécdota que leyenda.

No te preocupes, Leo, Ceferin (UEFA) e Infantino (FIFA), ya se ocuparán de ello. Su habilidad siniestra de “matchmakers” sonrojaría a Don King y a Bob Arum. Y así como alguna vez hubo ocho horrores arbitrales para someter al PSG en los Octavos de Final de 2017, ahora podría haber ocho horrores arbitrales para que Barcelona, Laporta y la tambaleante Superliga se enteren quién manda.

Mientras una nación azulgrana sigue en duelo, Messi saludó agradecido a una nación festiva, redimida, resucitada, que en abril pasado había sepultado sus ilusiones de Champions ante el Manchester City. Sabe que los parisinos han vivido en una gestación múltiple: venerando su llegada, entre la vigilia de la ansiedad y la belicosa desesperación por velar armas. Desde París, con nuevo almirante, a Europa entera le han declarado la guerra.

“Agradecidísimo. Sé que hace tres días que están en la calle. Es impresionante. No había vivido algo así nunca. Es mi primera experiencia de cambiar de club y ha sido espectacular. Espero empezar y vivir cosas grandes juntos”, fue el mensaje a multitudes, que sin mascarillas, están desperdigadas por París, una ciudad agobiada por Covid-19, con 29 mil nuevos casos de infectados, solamente este martes.

Ciertamente aún quedan pendientes los trámites más importantes, esos, los que deberán consensuarse dentro de la cancha. Las migrañas serán para Pochettino, quien tiene la mejor plantilla posible, a expensas del futuro de Mbappé, obsesión del Real Madrid, y quien públicamente, alguna vez, deslizó que su ídolo, Cristiano Ronaldo, es mejor que Messi.

¿Quién cobrará los tiros libres con semejantes artilleros? ¿Quiénes serán los tres capitanes de la plantilla? ¿Quiénes cobrarán los penaltis? ¿Quién de entre Mbappé, Messi y Neymar deberá hacer labores más estrictas de sacrificio y marca? ¿Estarán los tres al servicio de su mejor rematador de cabeza, y con quien han tenido rencillas y resquemores, como lo es Sergio Ramos?

Partamos de un principio. Todos estos personajes, que han convertido al PSG --al menos en la cartelera--, en un equipo de ensueño, tienen enormes particularidades en común. Cierto: falta dar el paso gigantesco, colosal, de equipo de ensueño a equipo de época.

1.- Todos son competitivos y ganadores. Han besado Copas del Mundo, Champions, Copas América, Ligas de Europa. El problema de saborear la gloria es la adicción que provoca.

2.- Todos tienen una desmesurada hambre de revancha y de títulos. Han sido humillados por clubes ingleses y alemanes.

3.- Más allá de la inmadurez de Mbappé, y de las misteriosas lesiones de Neymar en tiempos de cumpleaños familiares, ambos serán empujados y metidos al orden, por tipos con ascendencia en el vestidor, como el mismo Ramos, y la cercanía de Messi con el fiestero brasileño.

Por eso, insisto en la analogía: Mauricio Pochettino debe estar más atribulado que un daltónico con un Cubo de Rubik.

Pero, al final, concluyó el teleculebrón. Joan Laporta se queda con un Barcelona saludable y Lionel Messi con un horizonte de desafíos, afortunadamente en un terreno de bendiciones, para hacer lo que le más le gusta y lo que mejor sabe.

La cancha dimensionará las equivocaciones y los aciertos de todos los involucrados, incluyendo, por supuesto, al PSG.