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¿Yo, señor? No, señor

BUENOS AIRES -- Las diferencias entre ambos equipos no fueron tan amplias como lo hacían pensar el presupuesto de cada uno y los nombres de los respectivos planteles.

Aún así, Boca le ganó, tal como se preveía, al (levemente) inferior Ramón Santamarina de Tandil y ya está en octavos de final de la Copa Argentina, competencia dotada de un inusual interés porque es la única vía de acceso para los dos clubes más grandes del fútbol argentino a la próxima edición de la Copa Libertadores.

Con alguna ayuda arbitral (en el gol del triunfo, Pavón estaba en una indiscutible posición adelantada), los dirigidos por Guillermo Barros Schelotto lograron su cometido y redondearon una actuación aceptable, en especial en la primera parte.

Sin embargo, el DT se enojó. Se sabe que, a la crispación habitual –el Mellizo parece incapaz del mínimo goce–, suele añadirle una andanada de quejas con destinatarios diversos (todos).

Barros Schelotto es lo que, en jerga futbolera, se llama un llorón. Un damnificado crónico que alza sus reclamos al cielo por tanta injusticia. Algunos lo toman como una personalidad pintoresca.

Lo malo es cuando su ira enfoca a los propios futbolistas de Boca para subrayar un error.

El lunes sucedió luego del empate (un tiro desde veinte metros, todo mérito del goleador Michel). Y la imagen remitió de inmediato a la acusación pública hecha a Frank Fabra en un partido de Copa.

Eso de endilgar culpas tiene un antecedente inmediato y mucho más grave. La sorpresiva eliminación en la Libertadores pasada derivó en una purga de futbolistas (Cata Díaz y Orion), a quienes se circunscribió, por decisión del DT, el fracaso ante Independiente del Valle.

“Fueron ellos, no yo”, dijo el Mellizo a través de sus acciones. Aunque no les parezca siempre lo más justo, los entrenadores deben, como requisito del oficio, poner la cara por el plantel.

Son los líderes, los que definen los lineamientos generales, los que eligen a los que juegan y a los que no y, muchas veces, los que más ganan. Por más que luego, en el vestuario, Barros Schelotto baje el volumen (de pedir disculpas ni hablar), el hecho de someter a sus dirigidos a la amonestación destemplada demuestra un carácter poco propicio para el cargo que ejerce.

Su tarea consiste, por el contrario, en proteger a los jugadores. Llegado el caso, los enojos habría que ventilarlos en un ámbito privado y sin tono autoritario.

En cualquier profesión, queda muy feo e inspira poquísima confianza responsabilizar al entorno y nunca asumir como defecto propio los emprendimientos que salen mal.

El Mellizo podrá pensar que de ese modo morirá invicto (los que pierden son los demás). Cuando, en rigor, gestionar mal una derrota (transformarla en crisis, no aprender nada, no hacerse cargo) es como perder dos veces.