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Adicción y no delito

BUENOS AIRES -- Eso de andar mordiendo –o pellizcando o tirando del pelo– no es la reacción que se espera de un uruguayo de ley. Así que el primer efecto de incidente Suárez-Chiellini golpea de lleno en el marketing machazo de los orientales.

Tanto llenarse la boca con Obdulio Varela, con la rudeza de un Montero Castillo y la garra masculina que recorre las venas de los futbolistas para que el berrinche de una estrella moderna proyecte la sospecha sobre casi un siglo de historia.

Pero la cosa es seria. A tal punto que la FIFA, al momento de escribirse estas líneas, acaba de anunciar su intervención en el culebrón y amaga con castigar al centrodelantero charrúa. Los capos del fútbol se tomarán unas horas, y evaluarán pruebas y descargos antes de expedirse.

En la trinchera celeste, abrieron el paraguas. El entrenador Oscar Tabárez acudió a una jerga enigmática y dijo que "estamos en un Mundial de fútbol y no de moral barata". Como si la falta imputada a Suárez fuera una transgresión a las normas de etiqueta y no una flagrante agresión cuya impunidad le otorgó a Uruguay una ventaja deportiva.

De todos modos, no creo que haya que castigar al jugador. Habida cuenta de sus antecedentes (es la tercera mordedura, en una trayectoria que se encamina nítidamente hacia la antropofagia), tal vez estemos en presencia de una adicción.

Y, según los expertos garantistas, las adicciones no deben judicializarse sino abordarse con las herramientas de la salud pública. En otras palabras: un adicto es un enfermo, no un delincuente, y hay que obrar en consecuencia.

Entonces, caer con el rigor que FIFA les destina a sus enemigos escogidos (aunque Suárez no lo sea) y recurrir a la suspensión sería el anacrónico recurso de las metodologías represivas que poco ayudan a resolver los problemas.

Antes que regodearse en la demagogia punitiva, conviene adentrarse en la patología de Suárez y orientarlo hacia una rehabilitación convincente y duradera que preserve la integridad de sus futuros rivales. En especial aquellos de carnes más tiernas.

Mientras los profesionales de la psicología se ocupan del paciente, conviene evitar ciertas fórmulas futboleras que abundan en las arengas de vestuario. "¡A estos hay que comérselos crudos!", por caso, es un grito de guerra que los enjundiosos orientales debería soslayar en presencia de Suárez.

Incurriendo en la osadía de adelantar un diagnóstico que no estoy facultado para formular (soy periodista, nada me es ajeno, sobre todo aquello que ignoro), me atrevo a decir que la prominente dentadura de Suárez tiene tal capacidad ociosa que lo lleva a la ansiedad extrema. Y de allí al tarascón.

Tener ese prodigio de la dentición y emplearlo sólo para el almuerzo, la cena y acomodar la bombilla es un verdadero desperdicio. Me temo que el inconsciente le está jugando sucio al pobre Suárez.