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Temporada de sueños

Con su juego y osadía, el propio James hizo posible su deseo de jugar en el Real Madrid Getty Images

BUENOS AIRES -- Nadie confirmó que lo que voy a contar, sucedió. Pero no sería descabellado creer que pudo haber ocurrido...

Carlos Valderrama dormía plácidamente cuando lo invadió una pesadilla:
la camiseta número 10 de la Selección Colombia la vestía un jugador
muy talentoso, con un carácter solo emparentable con aquel juego suyo y una zurda
promotora de sueños cumplidos. Ese muchachito, de pronto, se transformaba en
la gran figura de un Mundial inolvidable para el país. Cuartofinalista por primera
vez en la historia y como cereza del postre, máximo goleador y jugador revelación
de la Copa. Ah, algo más inquietaba al Pibe mientras dormía: "Al héroe de la historia
lo compraba el Real Madrid por 80 millones de euros". Demasiado, ¿no?

El no tan pequeño detalle es que cuando Valderrama se despertó, comprobó que
ese futbolista existía y, además, pudo ponerle nombre y apellido: James Rodríguez.

A partir de julio de 2014, Carlos debe compartir el mítico número de la camiseta
y la idolatría. Y como él construyó el virtuosismo del fútbol colombiano,
seguro debe estar feliz por la aparición de una generación superadora.

Lo concreto es que aquel pequeño que copiaba a Zinedine Zidane en Envigado
supo transitar un camino cuyo recorrido no fue azaroso. James debió tolerar el
descenso de su equipo, para después regresarlo a Primera. En medio de su adolescencia
surgió la chance de emigrar a Argentina. Y fue Banfield quien le abrió
las puertas. Ya en el Taladro, demostró que estaba para grandes desafíos. Su técnico,
Julio Falcioni, declaró en Hablemos de Fútbol, allá por 2009, que pretendía
"llevar poco a poco" a aquel juvenil de 18 años. Pero el pequeño James ilustrado
se adaptó muy rápido al equipo. Y no solo eso: Banfield fue campeón por primera
vez en la era profesional con su juego estético y demoledor. Y una constante:
resultó determinante en los principales partidos.

Nunca fue de los que convertían el tercer o cuarto gol de una goleada. Siempre
abrió caminos. Dejó su huella. Fue por esta razón que apareció el Porto de Portugal. Y, si bien James fue campeón y exhibió sus atributos, lo hizo en una liga
de segundo nivel en Europa. Situación que se prolongó con su transferencia al
Mónaco. Rica en billetes, pero discreta en la valuación deportiva.

James Rodríguez se transformó en una joya sin vidriera. Por eso, un año antes del
Mundial, se me ocurrió decir en HDF que, más allá de la importancia de Falcao y sus goles, James iba a ser el jugador más determinante del Mundial para Colombia.
Y no falló. Parece arriesgado proyectar grandes hipótesis con ciertos jugadores. Pero
no con James. Su talento no tiene techo. Sus cualidades permiten especular con que
va a discutir en las altas cumbres la condición de mejor jugador del mundo.

Pasó Brasil 2014. Pero ahora sí el héroe colombiano llega a la más gigante exposición
del fútbol mundial. Su deseo se hizo realidad. Juega en el Real Madrid. En realidad, él
mismo, con su juego y su osadía, lo hizo posible.
Algo está claro: el nivel de exigencia crece. Llega
a un mundo en el que los partidos son tan importantes
como el merchandising. Sus gestos, su
convivencia en un vestuario dorado, su relación
con la dirigencia y con la gente serán clave. Pero
si en la cancha sigue siendo el 10 de la zurda indescifrable,
todo será color de... blanco.

Y como valor agregado, James llega a un lugar aún más ambicioso. Formará
parte del clásico del fútbol mundial: Real Madrid y Barcelona cada vez se distancian
más del resto de los clubes europeos. Económica y deportivamente. De un
lado: Cristiano, Benzema, Toni Kroos, James. Del otro, Messi, Neymar, Suárez,
Iniesta. Por solo mencionar algunos. Solo el Bayern Munich de Pep Guardiola
puede pretender acceder a ese nivel de privilegio.

La película de James Rodríguez sigue rodando. Y el final está muy lejos. El colombiano
sigue dejando su huella. Con la zurda. Con su invalorable pie izquierdo.