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Peligrosa indefinición

BUENOS AIRES -- Algunos malos recuerdos influyen en el ánimo de Boca. Más precisamente, la inesperada caída en la propia Bombonera con el novel Deportivo Capiatá, a priori una presa fácil para el equipo de Arruabarena.

Ahora que el rival es Cerro Porteño, más avezado y profesional que su compatriota, se impone la prudencia.

Llamó la atención en el partido jugado en Buenos Aires la conducta vacilante de Boca. Mejor dicho, su indefinición. Por un lado, su posición en la cancha y el control de pelota indicaban una vocación ofensiva. Por otra parte, pocas veces sumó gente de modo coordinado e insistente para llegar masivamente al área rival. Quiero, pero no tanto. Algo así.

Tal vez temía un desequilibrio que pudieran explotar los paraguayos, pero el equipo visitante ni siquiera pateó al arco. Sólo al final, con la desventaja en el marcador irremontable, le dio trabajo a Orión en una oportunidad.

Boca no supo agrupar a su gente. Tanto las excursiones por las puntas como los avances por el centro no lograron superioridad numérica. La opción forzosa era el pase largo o el centro al área. Ante una defensa muy solvente en lo alto, las posibilidades de hacer daño escasearon.

Es elogiable la entrega de Fuenzalida y de Meli, supuestos factores de sorpresa para romper la defensa rival. Pero la precisión, la única promesa de filtrar una pelota cuando el equipo está disperso y apunta al pase largo la aporta Gago. Y como Gago no estuvo en una noche brillante, Boca consiguió profundidad en contadas ocasiones.

Si Boca desistió del juego organizado y del toque, debió tener otro temperamento. Para tirarla larga y cargar a como dé lugar es necesario mostrar otra convicción. Ser prepotente, más en sintonía con la historia de Boca.

Con el ingreso del Burrito Martínez Boca empezó a llegar por abajo, a asegurar la pelota como método de perforar una defensa firme. Y si bien le siguió faltando nervio, determinación para encender a la tribuna e intimidar al rival, estuvo más cerca del gol.

La entrada de Gigliotti fue un gesto desesperado. Casi una apuesta supersticiosa. Pero Gigliotti, con una inmensa fortuna, propició el gol que se hizo desear más de la cuenta.

Se debe señalar que la jugada terminó en tumulto y en autogol, pero la elaboración fue coherente, bien pensada. Una pared larga que concluyó con el pase servido por Colazo.

Sería un error que en la revancha Boca reviviera sus fantasmas. Que mostrara una equívoca actitud entre la autoconservación y la búsqueda (tímida) del triunfo. Jugar en bloque, apostar por el buen pie y el ataque sostenido y solidario resulta más efectivo que la aventura del centro al área casi de compromiso.

Arruabarrena es un hombre de la casa. Y por eso mismo lo llamaron para suceder a Bianchi. Sin dudas sabrá estar a la altura de la situación.