<
>

Dale tu mano al indio

Un curandero indígena, en el primer aniversario del gobierno del presidente Evo Morales AP

BUENOS AIRES -- El año 2006 no nos deparó un Mundial de gran lucimiento. El hecho de que lo ganara Italia ya es una información de peso.

Hubo definición por penales en la final, luego del 1-1 ante Francia, y la acción más recordada -lo que permite relevar pruebas sobre la mediocridad de la competencia- fue el cabezazo en el pecho de Zidane a Materazzi, razón de la expulsión del francés.

El triunfo de Italia no impidió que el fútbol comenzara a virar hacia formas más comprometidas con el espectáculo, más interesantes y ambiciosas, cuyo exponente descollante es todavía el Barcelona y, a nivel selecciones, España, el campeón de 2010.

A contrapelo de la afirmación conservadora observada en el Mundial de Alemania, en América del Sur soplaban vientos políticos de cambio profundo.

La región consolidaba democracias inclusivas que rompían drásticamente con la corriente neoliberal hegemónica (y devastadora) que caracterizó los años noventa.

En ese clima, un episodio que ilustró los alcances de la novedad fue la asunción, en enero de 2006, de Evo Morales, un indígena aymara y líder sindical cocalero, como presidente de Bolivia.

Consagrado por el 54 por ciento de los votos, el triunfo de Evo no sólo connotaba la emergencia de un trabajador, de un representante del campesinado sometido a la miseria, sino una reivindicación cultural sin precedentes.

Por primera vez Bolivia tenía un presidente indígena, que dejó en claro cuál era la naturaleza de su gobierno apenas tomó el mando. Antes del protocolo oficial en el que abundan las corbatas, Morales fue investido como Jacha Mallku (Gran Cóndor), máxima autoridad de los pueblos indígenas, en una ceremonia celebrada en Tiwanaku.

Las fotos de la ceremonia, respetuosa del ritual ancestral, erizó la piel de algunos blancos que, pese a ser el 14 por ciento de una población en la que se cruzan y mezclan diversas culturas, han dominado y postergado hasta la invisibilidad a los pueblos originarios, el 60 por ciento de los bolivianos.

La carrera de Evo -larga, iniciada en la más rotunda pobreza- tuvo su impulso decisivo a mediados de los noventa, cuando el pintoresco presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, un títere que hablaba castellano con acento de Chicago (allí había estudiado), intentó destruir el 10 por ciento de las cosechas de coca en el Chapare, por orden de los Estados Unidos.

En respuesta, los trabajadores del sector, conducidos por Evo, emprendieron una activa protesta que terminó con una multitudinaria marcha hacia La Paz. El movimiento sindical evaluó entonces que había que dar el salto a la política. Y en las elecciones de 1997, Evo ocupó una de las cuatro bancas que la Izquierda Unida (luego derivaría en el Movimiento al Socialismo) obtuvo en el parlamento boliviano.

Ya en el siglo XXI, nuevas manifestaciones populares de reprobación al gobierno (el segundo mandato de Lozada, quien terminó renunciando para refugiarse en Miami; también lo haría su vice, razón por la que se adelantaron las elecciones), allanaron el camino de Evo Morales a la presidencia.

El 18 de diciembre de 2005, los bolivianos acudieron a las urnas y le dieron un amplio respaldo al programa de Evo. Lo que vino después fue la nacionalización de los hidrocarburos, la reforma agraria, el combate a la pobreza y a la discriminación cultural histórica.

Durante el gobierno de un aymara (la segunda población indígena más numerosa luego de la quechua) fue que, en 2009, Bolivia pasó a llamarse Estado Plurinacional de Bolivia. Y además del castellano, al que tan poco honraba el último presidente liberal, la nueva Constitución Política reconoce 37 lenguas oficiales. Las lenguas de los pueblos originarios.

Bolivia es, gracias a Evo Morales, literalmente otro país.