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Aclimatarse o desaparecer

Gasol y Ginóbili funcionan con la misma nafta, pero el entorno de Spurs y Lakers es muy diferente Getty Images

Pau Gasol enciende su computadora e ingresa a Twitter. Una cantidad innumerable de mensajes lo tienen a él como protagonista. Las críticas se desparraman como un virus contagioso, pero para él forman parte de un hábito en el que ya no vale la pena detenerse. Por lo tanto, las ignora y desdramatiza tecleando 140 caracteres de optimismo.

Llegan los rumores de traspaso. Otro clásico que en un tiempo lo atormentó y hoy en día no le provoca demasiado. Pasan los entrenadores, los directivos, los compañeros, y Gasol está. Siempre está.

La ruta exhibe huecos. Cráteres. Y Gasol, ese talento que siempre supo dar lo mejor de sí encima de todo y de todos, los esquiva para salir inmune. El ala-pivote catalán forma parte de un núcleo de estrellas que carecen del comportamiento tipo de las celebridades. Un interno único, ganador de todo, que acepta sumergirse en el ojo de la tormenta sin reparos, utilizando su psiquis como timón para navegar entre las tempestades.

Han dicho mucho sobre él. Los Lakers han puesto su apellido en todos los rumores posibles de salida y siempre ha sido el gran culpable de todo lo que sucede alrededor. Sin embargo, a la hora de bajar el martillo, nadie ha tenido el valor de hacerlo. Gasol ha defendido sistemas de entrenadores tan distintos como Phil Jackson, Mike Brown y Mike D'Antoni. Ha visto como los soldados con más medallas en el cuello y trofeos en las vitrinas han caído en batalla, mientras él, con dignidad, ha sabido reinventarse para seguir disparando.

El juego de Gasol ha sufrido modificaciones producto de los grandes cambios que propusieron los sistemas que ha integrado. Ha jugado como cuatro, como cinco, y su juego de equipo, mesurado, ha tenido que sobrevivir en una franquicia en la que el básquetbol de héroes siempre ha tenido un sabor especial. En la que los triunfos que deberían ser para mañana se exigen que sean para ayer.

Existe una gran diferencia entre los jugadores veteranos y los jugadores viejos. Los veteranos son aquellos que logran reinventarse, rediseñarse para seguir siendo funcionales dentro de las estructuras ganadoras. Los San Antonio Spurs han tenido en Tim Duncan y Manu Ginobili dos próceres invencibles de esta nueva política: cesión de protagonismo, minutos de relevo y cambios de funciones en silencio. O más valorable aún, con una sonrisa en el rostro.

Ginóbili es un camaleón que ha modificado sus armas con el correr de los años. Su comprensión del básquetbol global le permite ser por momentos asistidor, por momentos anotador y por momentos espectador si el equipo así lo requiere. Un jugador que ha hecho del registro interno de este deporte un arma indestructible. El caso de Duncan es parecido, siendo él la gran estrella de la franquicia en algo más de una década: estuvo cerca de retirarse por dolores imposibles en las rodillas y hoy es uno de los mejores internos de la NBA. ¿Cómo lo hizo? Reinvención en estado puro a través del comportamiento, el sacrificio y el entorno que lo rodea.

Existen miles de casos de jugadores que deciden morir con su propia filosofía. Ellos son los que dejan de ser veteranos para transformarse en viejos. Valorable, pero la extinción se transforma en un argumento lógico cuando la competencia de igual a igual es con jóvenes diez años menores que ellos, que juegan de la misma manera pero con la salvedad de que saltan más alto y se mueven más rápido. Ninguna tortuga, por más inteligente que sea, puede ganarle una carrera a una liebre. En la temporada pasada vimos el retiro de dos de los anotadores más prolíficos de la historia NBA: Allen Iverson y Tracy McGrady. Dos casos interesantes de jugadores que no supieron nunca dar un paso al costado de la marquesina. Murió su juego producto del deterioro físico y con ellos murió un estilo. En esta temporada estamos viendo una multitud de ejemplos que, tarde o temprano, llegarán al mismo destino.

En definitiva, no hay nada más patético que una persona mayor queriendo divertirse de la misma manera que un joven. Los tiempos cambian y las personas evolucionan o perecen en el intento.

El jugador internacional sabe adaptarse a las circunstancias porque así es como nace en la NBA. Nadie llega desde el viejo continente siendo una estrella incuestionable a estas tierras. Por lo tanto, moldearse significa seguir con vida. Si a un estadounidense que llega al básquetbol internacional se le exige puntos en plenitud, a un internacional que llega al básquetbol estadounidense se le pide una readaptación para poder encajar en el puzzle donde existen otros asesinos del perímetro y la pintura.

Gasol, entonces, ha sido una víctima de la autodestrucción de Lakers sin hacer nada para merecerlo. Su profesionalismo y su falta de egoísmo lo han llevado a ser señalado innumerables veces. ¿Cómo alguien puede aceptar ser actor de reparto en Hollywood? El pensamiento generalizado, absurdo, es que algo tiene que esconder. Que no puede ser posible.

Sin embargo, lo de Gasol ha sido genuino. Una pieza de acompañamiento perfecta para un equipo que fue mutando estilos, figuras, entrenadores hasta llegar al momento que hoy tiene entre manos: una etapa de resistencia extraña sin municiones para seguir disparando. La cirugía mayor, entonces, se hace inevitable para un renacimiento de Lakers que, por supuesto, estará basado en una figura de elite que acapare multitudes y que despierte ventas al por mayor.

Los jugadores, deportivamente, nacen, crecen y mueren. Es inevitable ese proceso. En una Liga que rara vez detecta -o premia- la reinvención a tiempo de un veterano -en función de enaltecer siempre lo joven, bonito y vistoso- es normal ver a Gasol una y otra vez sucumbir a las críticas.

Aclimatarse o perecer: es momento de que el ala-pivote catalán arme las valijas en busca de nuevos destinos.

El básquetbol de equipo necesita de esta clase de soldados en sus filas.