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Feos, sucios y malos

BUENOS AIRES -- Un Alfio Basile de muy buen talante (se ve que al hombre lo entusiasma volver a la fajina a pesar del crudo invierno) está perfilando el nuevo Boca.

Quiere un equipo de buen pie, como es su costumbre. Pero también insistió con algunos detalles que confirman su módica mitología, su atención a ciertas creencias populares que el duro tacticismo refutaría con sorna.

No se trata esta vez de su afición al talco ni de rituales por el estilo, sino de un particular combate contra el homoerotismo en el vestuario. Basile se lamenta porque sus marcadores centrales se afeitan a menudo y son "lindos".

Si bien Cáceres y Forlín están a años luz de disputarle la pasarela a los adonis de la pelota (miren si Coco tuviera a Beckham en sus filas o le tocara conducir la selección italiana), según su perspectiva barrial no cumplen con el biotipo adecuado para el puesto.

Basile quiere tipos fuleros, acaso con una pizca de perversión en la mirada, esos que dejan sospechar que en el freezer no conservan el remanente del guiso sino las extremidades de la abuela. El Cata Díaz es su modelo. "El Cata te miraba y, sin hablar, te metía miedo", lo elogió.

¿Temerá Basile que los carilindos, en lugar de liderar gestas en canchas difíciles, estén más interesados en recomendar perfumes y métodos indoloros de depilación definitiva? No lo creo. El empedrado porteño le ha enseñado al Coco que las teorías de Lombroso han caducado por inconsistentes. Y que abundan los casos de varones de belleza aniñada que, precisamente por el contraste con su conducta salvaje, meten más miedo que los jíbaros. Robledo Puch es el caso emblemático, pero dejémoslo aparte porque hasta donde se conoce nunca jugó de back central en forma oficial.

Sí es pertinente recordar a Roberto Perfumo. Para sus congéneres, un defensor de sobrados recursos y gran "prestancia" (qué carajo será la prestancia, me resisto a consultar el diccionario). Para las damas, "un churro bárbaro" (así lo describía mi madre). Sin embargo, la suma de atributos técnicos y sus ojos de galán melancólico no le impedían acertarle a la tibia de los adversarios cuando hacía falta ponerlos en vereda. El Mariscal no necesitaba una ominosa cicatriz en la mejilla para infundir el pánico. Le bastaba con los tapones de su calzado y una descarnada visión de la competencia.

El propio Perfumo, cuando evoca sus tiempos de crack, remarca sus dotes de leñador antes que su afamada elegancia.

Basile sabe esto de memoria, sabe por lo tanto que sus argumentos hacen agua. La cuestión es que sus verdaderas motivaciones para desdeñar a los bellos futbolistas son inconfesables en las sobremesas de varones sin remilgos que frecuenta el entrenador.

Tiendo a pensar que un hombre de su coquetería, siempre dispuesto a refundar su cabellera para darle vigencia juvenil a la estampa de seductor recio, no quiere que le hagan sombra. En un plantel de estibadores contrahechos, el Coco reinaría como un Robert Mitchum con silbato al cuello.

Claro que si a pesar de las sensatas advertencias en contrario, Basile insiste con incorporar defensores de aspecto tenebroso, a los dirigentes les resultará más económico que contratar jugadores avezados. En una tarde de scouting en el penal de Sierra Chica reclutarían refuerzos, por lo menos, para tres temporadas.

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