El jugador más subestimado de una de las franquicias deportivas más conocidas de los Estados Unidos a menudo pasa el tiempo sentado en silencio frente a su casillero. Los Medias Rojas de Boston llegan al miércoles con la mejor efectividad de bullpen (3.54) de la Liga Americana, y gran parte de ese logro se lo deben a Ramón Ramírez, de 27 años. En su segunda temporada con Boston, Ramírez está segundo en el equipo en cantidad de apariciones (57) y efectividad (2.67). Sin embargo, todavía es un personaje misterio para la mayoría de sus compañeros. Cuando le pidieron que hiciera un recuento de cómo fue que llegó a Grandes Ligas, dijo que "llevaría mucho tiempo" contarla.

Pero la historia vale la pena.

A los 18 años, Ramírez se levantaba todos los días a las 5:00 de la mañana para ir a trabajar a la fábrica de Coca-Cola de su ciudad natal de Santiago, República Dominicana. El día era largo y el trabajo era ingrato. Ramírez hacía cualquier tarea ínfima que le exigieran, como limpiar pisos y cargar cajas de gaseosa. Ramírez pensaba que tendría que vivir una vida de trabajo duro como muchos de sus amigos.

Ramírez

Ramírez

Pero las cosas no siempre iban a ser así. Ramírez, al igual que muchos jóvenes dominicanos, era jugador de béisbol, aunque no de gran reconocimiento. Pero de alguna manera logró llamar la atención y, en 1996, firmó como outfielder con los Vigilantes de Texas a los 15 años por $3.500. Ramírez le dio la mayor parte del dinero a su familia, que sobrevivía con el modesto salario de plomero de su padre.

"Siempre han estado conmigo", dijo Ramírez al contestar por qué se quedó con tan poco dinero de su bono.

Luego, a los pocos meses de firmar, la novia de Ramírez quedó embarazada. Pronto se casó, y a los 16 años ya era padre y cabeza de familia.

"La situación se me complicó mucho", dijo Ramírez.

Nunca lo habían admirado demasiado como prospecto, y encima ahora tenía las distracciones y las responsabilidades de la paternidad sobre sus hombros. Más que nada un jugador defensivo, dejó de batear del todo. A los Vigilantes les gustaba su brazo fuerte, pero no pudieron encontrar un lugar para él en el roster. A los 17 años, Ramírez fue cortado -- a menudo un golpe mortal para una carrera en Dominicana, ya que la mancha negra de un corte puede perseguir a un jugador durante toda su vida.

Sin embargo, Ramírez se negaba a olvidarse de su sueño. Siguió practicando solo, y un día tomó una decisión que impactaría el resto de su carrera: Decidió convertirse en un pitcher a pesar de que nunca había lanzado en su vida. Fue una decisión que tomó más que nada en un momento de desesperación. ¿Pero qué podía perder?

"Eres tan pequeño", dijo su padre, decepcionado, cuando Ramírez le contó su decisión. Simplemente no creía que su hijo de 5'11'' realmente pudiera firmar un contrato profesional como pitcher.

Con la ayuda de un entrenador, Ramírez comenzó a aprender a lanzar. Dedicaba sus momentos libres a ver juegos por televisión y observar a los pitchers de Grandes Ligas. No fue coincidencia que su jugador favorito fuera Pedro Martínez, también más pequeño que el lanzador promedio.

Como los sueños de Grandes Ligas de Ramírez no eran suficientes para alimentar a su familia, empezó a trabajar en la fábrica de Coca-Cola. Cuando llegaba a casa en la tarde, se dedicaba a entrenar hasta que oscureciera. Corría para acondicionar sus piernas. Hacía lanzamientos largos para fortalecer su brazo. Y lanzaba la bola contra una pared, a veces hasta las nueve de la noche, para intentar aclimatarse al nuevo movimiento. Dedicaba cada segundo libre que tenía a reinventarse como jugador.

"Mi hermana pensó que estaba enloqueciendo", dijo Ramírez.

Hacia el 2001, logró atraer la atención de los cazatalentos del Hiroshima Carp de la Liga Japonesa, que tenía una academia en Dominicana. Ramírez entrenó en la academia ese año. Bajo la dirección del entrenador de Hiroshima, Kenji Furisawa, Ramírez comenzó a desarrollarse como pitcher.

El Carp fichó a Ramírez en el 2002 y lo envió a Japón. Allí, los entrenadores del Carp a menudo lo hacían lanzar 100 pitcheos en las sesiones de bullpen para fortalecer su brazo. Hasta el día de hoy, Ramírez cree que ese régimen lo ha ayudado a evitar lesiones.

Ramírez se pasó la mayor parte de la campaña 2002 en las menores de Japón, excepto por tres entradas con Hiroshima. Al terminar la temporada, Ramírez concluyó que ya no quería jugar en Japón. La brecha cultural era demasiado grande.

"No me llevaba muy bien con los directivos del club", dice Ramírez.

Afortunadamente, los Yankees estaban interesados y negociaron un contrato de $775.000 durante la temporada baja del 2002. Ramírez promedió efectividad de 2.31 en su primera campaña de las menores, pero no tuvo demasiado éxito (efectividad de 5.14) la campaña siguiente como abridor en la Doble A y la Triple A. Aún desesperados por profundidad de pitcheo, los Yankees canjearon a Ramírez a los Rockies de Colorado durante la campaña 2005 a cambio del lanzador Shawn Chacón.

Fue en Colorado que Ramírez se convirtió en relevista de tiempo completo, rol en el que logró salir adelante. Las cosas iban tan bien que en el año 2006 debutó en Grandes Ligas. Terminó la temporada con efectividad de 3.46 en 67.2 entradas lanzadas. Pero al año siguiente su efectividad se disparó a 8.31 y sus apariciones disminuyeron.

En el 2008, los Rockies lo enviaron a los Reales de Kansas City. Allí prosperó, promediando efectividad de 2.64 en 71 juegos. Esta temporada baja, Ramírez fue utilizado como palanca en un cambio con Boston por Coco Crisp. Con un repertorio que incluye recta, slider y changeup, Ramírez ha sido el relevista más consistente de Boston junto con Jonathan Papelbon.

Y ahora, el ex empleado de Coca-Cola está al borde de lanzar en la postemporada.

"Nunca supe que llegaría tan lejos", dijo Ramírez.