Lucas Alario
Getty ImagesLa ausencia de Lucas Alario desde el arranque expuso al entrenador
BUENOS AIRES -- River volvió a ser River, pero no le alcanzó. Dejó pasar demasiado tiempo para reencontrarse. Lo hizo muy al límite. Y el fútbol no perdona.

Una noche esquiva puede redundar en lo que le ocurrió al equipo de Marcelo Gallardo: quedar eliminado de la Copa Libertadores en octavos de final. Porque siempre hay partidos increíbles, en los cuales sucede lo que le pasó a River ante Independiente del Valle, que lo dominó de punta a punta, que le generó infinidad de situaciones de gol, pero que no pudo marcar los tantos que necesitaba. Eso pasa. Lo padeció en la Copa anterior contra Juan Aurich y lo celebró cuando Tigres le dio una mano derrotando a los peruanos. Te da y te quita, el tema es no llegar a las situaciones extremas.

Paradójicamente, se quedó con las manos vacías en el partido que mejor jugó, en el que tuvo una actitud que parecía haber perdido. Y más allá de la eliminación, hay que hacer un análisis del por qué. Cómo llegó River a esta situación.

En principio hay que observar que los dos mejores encuentros que disputó en la Libertadores fueron ante los dos equipos que llegaron al Monumental a refugiarse. The Strongest le ofreció una cantidad inusual de espacios, lo mismo que Independiente del Valle. Y sin presión del rival, River responde. A lo largo del semestre lo que no ha podido resolver es el enigma de los equipos que le ofrecen resistencia. Ahí flaqueó.

Otro caso que se desprende de lo observado es que para Gallardo la cantidad de jugadores confiables dentro del plantel no supera los doce o trece, no más que eso. Y que, llamativamente, dejó por más de cincuenta minutos a su máximo goleador, Lucas Alario, en un cotejo en el cual necesitaba convertir. La equivocación del entrenador quedó expuesta al punto de que ex de Colón fue el hombre más peligroso en el área cuando estuvo en cancha. Pero jugó poco justamente en el choque más determinante del semestre.

Algo similar sucedió con Nacho Fernández. Venía de entrenarse salteado en la semana debido a un cuadro gastrointestinal (perdió cuatro kilos por ese motivo), en el segundo tiempo se lo vio cansado y, sin embargo, no fue sustituido. ¿Por qué? Está claro que Gallardo no confía en los relevos.

Más allá de los merecimientos, River se quedó afuera de la Copa Libertadores por lo que venía haciendo y no por lo que produjo en la noche del miércoles. Si hubiese sido por ese partido nadie duda de que debería haber superado la llave. Pero el fútbol es así, a veces da de más y en otras quita en exceso.

Ahora Gallardo deberá barajar y dar de nuevo. Esto significa configurar un equipo de jerarquía, como el que agarró cuando asumió en el cargo. El que quedó eliminado fue el que armó a su gusto y medida, con mucho de lo que pidió, pero da la sensación de que ese es su costado flaco, el de la elección de los futbolistas. Una asignatura pendiente para lo que se le viene, un punto en el cual deberá madurar. El desafío lo tendrá en el corto plazo en un club como River, que no ofrece demasiados tiempos porque siempre demanda por más conquistas.

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Copa Libertadores
APEl equipo de Gallardo tiene que volver a ser lo que era para enfrentar a Independiente del Valle
BUENOS AIRES -- River atraviesa días complicados, esos que hace rato no tocaba vivir. Es cierto que desde lo futbolístico lleva mucho tiempo sin conseguir hilvanar una sucesión de partidos bien jugados, pero, pese a todo, siempre cosechaba los resultados que le permitían mantenerse en carrera en alguna competición.

Hoy la historia está bastante más compleja. p En la revancha que el miércoles se disputará en el estadio Monumental, tendrá que recuperar la memoria. No puede postergar por más tiempo su mejoría. En condiciones normales se trata de un marcador adverso que puede revertir, sin embargo, para este River que todo le cuesta el doble, que lleva tres partidos seguidos sin convertir goles, que en el marco del torneo local los dos últimos compromisos (ante Vélez y contra Boca) los jugó durante largo rato con un hombre más y no los pudo ganar, la imagen de un escenario cuesta arriba es la que abre un gran interrogante. Todo motivo del errático presente.

Porque, además y por sobre todas las cosas, no está jugando bien. No encuentra un estilo, una forma. Sus individualidades tampoco responden. Y desde el banco, tal como hemos comentado en notas anteriores, Marcelo Gallardo no recupera toda la lucidez para pilotear la nave en esta semi tormenta. No se puede soslayar que ante sí tendrá a un rival joven y sin experiencia en estas instancias de Copa Libertadores, lo cual podría redundar en dos comportamientos: uno, que se sienta intimidado por el marco imponente que presentará el estadio y que el miedo escénico inhiba las condiciones que ha mostrado a lo largo del certamen. Y la otra, que tenga la frialdad necesaria para medirse ante un River que saldrá con todo a intentar marcar un gol en forma rápida. En cualquiera de los casos, River en un cien por ciento, como el que hoy todos añoran, podría usufructuar o neutralizar.

El Millonario la teoría la tiene clara. Ya dijo Gallardo en conferencia de prensa post choque con Vélez que sería una mala decisión ir ciegamente a buscar goles. Porque eso haría que se descuiden atrás ante un oponente que maneja bien la contra y que cuenta con futbolistas muy rápidos. Pero claro, aquí comienza a tallar la famosa frase de la manta corta, también es verdad que si River no anota rápido, la ansiedad (la propia y la que bajará de las tribunas) jugará un partido aparte. El apoyo podría transformarse en nerviosismo. Volver a ser, ahí está la clave. Calzarse nuevamente la ropa de campeón de América, de equipo que supo ser implacable en choque de ida y vuelta, sea en condiciones favorables y también en las adversas, tal el caso de Cruzeiro, cuando definió de manera brillante la fase en Belo Horizonte. ¿Se trata de otro equipo? Si. ¿Son otros jugadores? También. Pero hay una base que permanece y que debe despertar. Volver a ser. Volver a creer. No hay más tiempo para postergaciones y mucho menos para errores. De lo contrario, una nueva actuación fallida deberá pagarla con el amargo sabor de tener las manos vacías prematuramente.

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BUENOS AIRES --En algo hubo uniformidad de criterios, luego del Superclásico, dentro del camarín de River: todos se fueron con sabor a poco. Y este gusto amargo que les quedó en el paladar tiene como lógico e irrefutable motivo el hecho de que Boca jugó casi todo el partido con un hombre menos. Cosa que el equipo de Marcelo Gallardo no logró aprovechar.

Cuando un clásico se presenta tan favorable, dejarlo pasar sin un triunfo deja una marca.

En lo futbolístico, la producción no distó demasiado de lo que viene haciendo River. Que se convirtió en un equipo voluntarioso y con poco fútbol. Las acciones de riesgo tampoco están siendo su patrimonio más preciado, pero en el caso del clásico la profundidad estuvo más devaluada todavía.

El punto donde quizás deba hacerse hincapié fue, quizás, en la falta de convicción que exhibió a la hora de salir a buscar la victoria. Se lo vio excesivamente timorato, como respetando mucho la situación. En esta idea no hay que apartar al entrenador.

Así como muchas veces fueron ponderados sus planteos, en esta ocasión su mensaje no se compadeció con su discurso. Ejemplos: los dos primeros cambios fueron de delantero por delantero. Nunca intento sumar juego al medio, sacrificando a un volante como Nicolás Bertolo que no estaba teniendo un buen desempeño. El argumento será que Leonardo Pisculchi no tiene retroceso, y ahí es donde se fortalecería la hipótesis del excesivo respeto al rival. Pensar en lo que puede hacer el otro por sobre la fuerza propia.

Fútbol Argentino
APMilton Casco se prepara para realizar un saque lateral
Con un hombre más y muchos espacios, ameritaba una dosis mayor de valentía. Esta vez Gallardo no se la aportó.

Este era un clásico incómodo para los dos, porque ambos tienen la cabeza metida de lleno en la Libertadores y sólo la importancia de un partido de tal magnitud llevó a los directores técnicos a poner titulares. De no ser así, se hubiese tratado de un enfrentamiento de suplentes. Tal vez por eso la idea central era no perder y cuidar a los jugadores. Porque, esto no se puede soslayar, la cancha estaba muy mal y el tema lesiones rondaba por la cabeza del cuerpo técnico. En ese rubro salió airoso (no así Boca).

Párrafo aparte, entonces, para el campo: es muy difícil jugar bien en un terreno tan maltrecho. Sólo Andrés D’Alessandro, quien día a día eleva su nivel, se encargó de poner una excepción de calidad a esa regla.

Lo cierto es que en un clásico lleno de vicisitudes y condicionamientos, River podría haber conseguido un poco más. Una caricia a su propia autoestima no le hubiese venido nada mal. Pero le faltó decisión. No es condenable ni mucho menos, pero sí hay que marcar estos puntos de la misma forma que se destacan los aciertos.

Ahora sí la cabeza de River está puesta de lleno en la Libertadores. En la altura de Quito, donde se medirá con Independiente del Valle, deberá elevar su nivel para continuar adelante. Por sobre todas las cosas, lograr confiabilidad en defensa, algo que le viene faltando. La contundencia en ataque sería ideal, aunque eso podría resolverlo cuando cierre la llave en el Monumental.

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SAN PABLO (Enviado especial de ESPN)  -- La cíclica historia de River continúa escribiendo capítulos que apuntalan conceptos que venimos volcando en esta columna en forma casi recurrente y tediosa.

No vamos a caer en la reiteración del concepto "bipolar", pero sólo porque sería redundar en un diagnóstico que ya está plenamente confirmado. Además, el fluctuante rendimiento de River no depende únicamente de un funcionamiento plagado de altibajos, existen cuestiones algo más profundas y que le quitan el sueño al cuerpo técnico.

Gallardo y Barovero
EFEPara Gallardo ya no hay intocables en el equipo

Por ejemplo, en cada presentación se está tomando la pésima costumbre de regalar un tiempo. Luego, durante el descanso, se viene el tirón de orejas de Marcelo Gallardo y la posterior reacción del equipo. La cual muchas veces no alcanza para torcer el resultado. Tal cual sucedió en San Pablo. Pero además observan otras cosas que potencian esa preocupación.

Ya hemos señalado en ocasiones pasadas que para el director técnico su equipo tiene una severa falencia de relevos. Son pocos los futbolistas que salen desde el banco de suplentes y que muestran una confiabilidad que les posibilite ser una solución. En este concepto podemos incorporar al choque copero del miércoles y ahora la incertidumbre se traslada a algunos integrantes del equipo titular. Ese once que parecía ser inamovible y que garantizaba, al menos, concentración y entrega, hoy ya ha comenzado a perder terreno en las preferencias de Gallardo. Para decirlo claramente, el conjunto ideal ya no es intocable.

Antes los cambios los efectuaba cada vez que se producía una lesión o una sanción, pero se avisoran tiempos diferentes. Quizás estemos ante una alternativa distinta, en la cual el Muñeco meta mano por observar rendimientos que no colman sus expectativas. Y en esta idea podrían a caer jugadores de todas las jerarquías, hasta los que parecerían ser inamovibles.

Es cierto que no tiene demasiadas opciones para efectuar variantes, sin embargo, ante la evidencia de determinadas conductas, un sacudón correctivo estaría dentro de los planes terapéuticos de Gallardo.

La próxima fase de la Copa Libertadores no deja resquicios para las distracciones. Partido de ida y de vuelta por eliminación. Un equipo que ingresa desconcentrado o que se toma cuarenta y cinco mninutos para acomodarse, podría terminar pagando esa falencia qudando afuera de la competición. Esto lo sabe todo el cuerpo técnico, de ahí la incertidumbre y que en la agenda figuren, subrayado con rojo, las modificaciones.

Intentar que la sucesión de flojas actuaciones encuentre un final representa un desafío para Gallardo. No se vislumbra como una tarea sencilla, por el contrario, a priori se observa como algo impracticable en el corto plazo.

Quizás pueda parecer que se trata de un panorama apocalíptico, pero no es así. Este diagnóstico toma como parámetro el ideal que representó la copa pasada, con una formación tal vez no tan vistosa pero sí sólida. Barajar y dar de nuevo, ese es el concepto para la próxima fase.

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BUENOS AIRES -- Hablar de rivales menores en la Copa Libertadores es una falacia de la cual River pudo dar fe a lo largo de la pasada edición del certamen. No vamos a recordar paso por paso en lo sucedido, pero sí se debe refrescar aquella clasificación agónica en la fase de grupos, producto de haber perdido puntos justamente ante esos oponentes supuestamente inferiores.

Claro que el año pasado ese transito escabroso tuvo un final feliz. En su estreno como campeón continental, el Millonario tenía ante sí uno de esos partidos incómodos. Un viaje extenso hasta Venezuela (a la ciudad de Valera); un campo de juego en malas condiciones; vicisitudes que se le presentaban de la mano con la obligación de sumar de a tres que le había impuesto The Strongest, luego de derrotar a San Pablo, nada menos que en Brasil.

Y la primera reflexión es que River pudo superar esa prueba con contundencia. Más allá de que esta vez sí el Trujillanos dejó en claro que no está a la altura de los equipos competitivos de la región, el conjunto de Marcelo Gallardo, luego de un errático primer tiempo, resolvió la historia a fuerza de goles. Con una formación que no estuvo conformada por todos los titulares, por el contrario, fue casi similar la cantidad de futbolistas que juegan habitualmente y la de aquellos que no lo hacen. Así y todo aprobó el primer examen.

En este tipo de competencias, en las cuales las cosas se resuelven en apenas un puñado de partidos, resulta más que positivo no darle chances a las dudas. Eso fue lo que hizo River, dejar de lado cualquier vacilación o especulación y cosechar tres puntos en su debut copero.

Con esto queda abierto el debate. Qué se debe perseguir en la Libertadores, ¿la eficacia o la estética?. De más está decir que el ideal sería una conjunción entre los dos tópicos, algo que pocos pueden plasmar en la cancha, pero habida cuenta de la idea del propio Gallardo, exteriorizada públicamente, acerca de que este semestre es para reencontrarse con el buen fútbol, es que las distintas corrientes de opinión ya comienzan a dar su veredicto.

Nadie busca no jugar bien y ganar, está claro, pero quizás lo que no debería exponerse con tanto ahínco es eso de anteponer la belleza por sobre los tres puntos. Porque una cosa permite ir en busca de la otra. Ganando y goleando, River podrá ir, con mayor tranquilidad, por la restante G (la de gustar).

Gallardo tendrá en su cabeza, seguramente, conseguir un desafío histórico, que es obtener la Copa en dos ediciones consecutivas. Hasta ahora River no lo ha logrado, y en esta voracidad por sumar títulos internacionales que el Muñeco ha refrendado con hechos desde su arribo al club, quedar en el bronce por semejante doblete representa un seductor reto.

El camino recién empieza para el Millo. Se sabe que es largo y complejo, pero el director técnico y su grupo de futbolistas han dados muestras de renovar siempre la búsqueda de supuestas utopías….

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River bajo la lupa

FECHA
31/08
2015
por Javier Gil Navarro

BUENOS AIRES -- Desde esta columna siempre hemos seguido una idea uniforme: analizar a los equipos según su rendimiento actual y no por estadísticas de victorias o de derrotas logradas en los últimos tiempos.

Obviamente que se debe tener en cuenta el funcionamiento que viene teniendo para saber si se trata, ya sea por lo bueno o por lo malo que haga, de una cuestión coyuntural o de algo que arrastra como una patología crónica. Realizada esta salvedad podemos poner a River bajo la lupa.

Y lo primero que sorprende, habida cuenta de que estamos ante un equipo que viene de conseguir títulos internacionales, es que lleve tres partidos consecutivos sin paladear una derrota. Podrá decirse que la Copa Libertadores y la Suruga Bank ya son historia y que no pueden ponerse como un atenuante a la hora de encontrar los por qué de la escasez de resultados, pero es innegable que cuando los grandes objetivos se alcanzan se produce un lógico e involuntario relax.

Y aunque los futbolistas y el cuerpo técnico busquen aventar esta idea exteriorizando su fastidio ante la situación, lo real es que no resulta sencillo mantener la concentración. Esto por un lado. Por el otro, existe una merma en el funcionamiento colectivo. La cual, en el caso del partido con Huracán, se vio reflejada en la ineficacia ofensiva y en las desatenciones de su defensa.

Porque River no se quedó con los tres puntos producto de una mezcla de estas variables. Cuando en el primer tiempo dominaba el trámite casi a voluntad, no lo liquidó. Falló en la definición. Dilapidó ocasiones. Y a partir de esta falla no sólo le dio vida a su oponente, sino que además lo empujó a estar en partido con un infantil error defensivo.

Huracán, que estaba siendo maniatado, empató gracias a una equivocación de su oponente, volvió a la vida apuntalado en ofrendas ajenas. La primera reflexión es que a River esto antes no le sucedía. Liquidaba los pleitos usufructuando cada una de las chances que se le presentaban. Hoy la historia es diferente, paga caro su improductividad.

Esto perturba a Gallardo, aunque no lo preocupa del todo porque el técnico estima que esa carencia es pasajera y, en la medida que su equipo continúe teniendo nivel de los primeros cuarenta y cinco minutos, todo lo va a encarrilar en el corto plazo.

La historia pasa por saber cuál es el verdadero River de hoy, si el del primer tiempo, que generó mucho pero falló en la definición, o el del segundo, que no encontró los caminos claros y fue vulnerable en defensa.

Por todo lo que se observó y por las coronas que ha conquistado, la respuesta obvia parecería ser que cuando recupere el golpe final va a verse nuevamente al equipo multicampeón. Hoy padece por su propia impericia, pero cuando la mala llega después de una gran cosecha, sobrellevar la tormenta es mucho más sencillo.

Gallardo es conciente de esto. Y no quiere prolongar la mala racha, entre otras cosas porque es un obsesivo del buen funcionamiento y, aunque tenga crédito de sobra, sufre cuando las cosas no salen como las planifica.

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BUENOS AIRES -- El trajín de la Copa Libertadores, los festejos prácticamente arriba de un avión, en un vuelo interminable, la Suruga Bank con un cambio horario de doce horas, el inmediato regreso, en algún momento el cuerpo le iba a pasar factura al plantel de River. Nadie puede soportar semejante carga sin pagarlo de una manera u otra. Y el equipo de Marcelo Gallardo terminó sufriendo ese ajetreo con una derrota, en su propia casa, ante San Martín de San Juan.

Pero la idea mencionada no se refrenda con el traspié en sí mismo, que dentro de un fútbol tan competitivo puede estar dentro de las generales de la ley, sino que además queda en evidencia por lo sucedido en el campo. River jugó un tiempo y se quedó sin combustible. Claramente. Ni siquiera el haber estado más de media hora con un hombre más fue el disparador para que pudiera establecer una diferencia. Lógico, entendible, razonable. Pero quizás se va con un sabor amargo porque de haber cosechado de a tres, esto le hubiese permitido poder alcanzar a los punteros (Boca y San Lorenzo) con el partido que aún tiene suspendido ante Defensa y Justicia. No fue posible. Hoy el plantel que tiene es muy corto y el entrenador no tuvo la posibilidad de apelar a un necesario recambio.

Por todo esto, en el día de los festejos el hincha de River no pudo irse con una alegría total. De más está decir que la sensación de regocijo por haber ganado la Libertadores no se modifica con nada. Bastaba mirar a las tribunas y observar que el partido se había vuelto una excusa de los simpatizantes Millonarios para estar juntos; sólo deseaban ser participes de una celebración que se venía postergando por casi dos décadas. A nivel cosecha de títulos internacionales, River ha cerrado un año (deportivo no calendario) que es de los mejores en su historia, quizás sólo comparable con aquel 1986/87 en el cual consiguió la Libertadores, la Intercontinental y la Interamericana.

Un festejo que aglutinó a los campeones de otros tiempos, que unió distintas generaciones de futbolistas y, por qué no, de hinchas. No se extendió demasiado ya que Gallardo prefirió algo corto para no desconcentrar a sus jugadores. Pero la realidad es que el tema no estaba en la cabeza, sino en el físico. En lo mental el equipo está atravesando un momento estupendo. Gracias a esa fortaleza anímica es que ha podido superar infinidad de obstáculos y levantar dos copas con una diferencia de días.

La frase "River vuelve a ser River" se convirtió en una de las muletillas más escuchadas de la tarde. Y no deja de ser verídica. Porque después de días aciagos, en muy poquito tiempo ha logrado encarrilar su destino. Tal vez por ese antagonismo en un lapso tan cercano es que se percibía tanta emoción. Con la Copa Libertadores en la vitrina, ahora la voracidad de este River lo lleva a ponerse nuevas metas, ir por otras conquistas, y la realidad es que no resulta malo que, pese a lo ganado, renueve sus horizontes.

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BUENOS AIRES --  Y lo hicieron otra vez…La voracidad de este equipo de River parece no conocer los límites. Después de diecinueve años de abstinencia, de vaivenes emocionales que llevaron al hincha a vivir momentos de ansiedad extrema, hoy, con Marcelo Gallardo como entrenador y con un grupo de jugadores que ha conseguido una maduración que no tiene demasiados precedentes en la historia del club, River se convirtió en el campeón de la Copa Libertadores de América.

RiverAPRiver ganó la Libertadores después de 19 años

Superando escollos en su recorrido, enterrando dudas y denotando el pragmatismo y la versatilidad que se necesitan para disputar con éxito este tipo de compromisos. Porque está claro que se trata de una competición diferente, en la cual no sólo lo futbolístico tiene preponderancia, sino que existen además factores que deben conjugarse para terminar levantando el trofeo.

Los últimos dos años resultaron paradigmáticos en esto de las causas que exceden al juego en sí mismo. En la edición 2014 fue San Lorenzo el que terminó celebrando después de haber disputado una muy floja fase de grupo. Ahora River terminó emulando aquella gesta. Entró por la ventana y se encargó de terminar con las aspiraciones de los más encumbrados. Después de dos momentos en los cuales pareció despedirse en forma prematura, la agonía terminó dándole vida. Una paradoja. Pero fue así. Y en ambos pasajes adversos tuvo a un mismo rival como el débil verdugo que no consiguió culminar su obra.

En la fase de grupos, cuando en Monterrey ganaba 2 a 0, con holgura, Tigres mostró la vulnerabilidad espiritual de quien aún no se cree todo lo grande que puede ser. Le dio cinco minutos de vida a River y, por supuesto, los aprovechó. Luego, cuando el Millonario dependía de los mexicanos para colocarse en los octavos de final, volvió a recibir esa mano salvadora. Y el fútbol es tan injusto como determinados aspectos la vida, en los cuales si no hay frialdad en momentos clave después la estocada se vuelve en contra y termina siendo insoportablemente lacerante.

Hoy Tigres, lleno de frustración, se llevó de Buenos Aires una enseñanza convertida en dolor. Así es River, así es este River, sigiloso, frío, calculador. Sabe lo que tiene que hacer en cada paso que da y ha conseguido domar sus emociones. Sentirlas, obviamente, pero sin permitirles que lo desenfoque de su objetivo. En que haya llegado a semejante punto de aplomo tiene que ver Gallardo, su grupo de trabajo y los puntales de un plantel que, tiempo atrás, daba la sensación de que serían uno más dentro de una rica y nutrida historia. Pero, asociado al perfil bajo y despojado de estrellas con espíritu individualista, fue ascendiendo en su funcionamiento hasta alcanzar una transformación que se tradujo en atiborrar de copas las vitrinas de la institución.

Copa Libertadores - Final
El Muñeco Gallardo es el cerebro, el estratega, un obsesivo del trabajo que no se encerró en una idea. Tuve la suficiente inteligencia como para ir moldeando la táctica de acuerdo a las necesidades. No se quedó con su pensamiento inicia, el que, tal vez, era tan ofensivo que si no le imponía matices se podría haber quedado apenas en buenas intenciones. El entendió (y entiende) que cada partido es una historia y que cada historia necesita de diferentes estrategias. Por eso jugó con tres y con cuatro en el fondo, con un solo volante central y con doble cinco, con enganche y sin él y hasta en determinados enfrentamientos con un único punta. Esto lo enriqueció a él y a sus jugadores. Su mensaje les llega claro a los protagonistas. Pero, por sobre todas las cosas, sincero. Todos saben que pueden jugar o salir del equipo, el rendimiento dispone de esa permanencia. Le creen al entrenador. Marcelo Barovero, Jonathan Maidana, Leonardo Ponzio, Matías Kranevitter, Rodrigo Mora, en su momento Teo Gutiérrez, todos configuraron una columna vertebral a la cual se adosaron otros futbolistas que estuvieron a la misma altura. Lo mismo que las incorporaciones, que arribaron a un equipo armado y consiguieron ensamblarse a la estructura.

Para que esto haya ocurrido también se debe ponderar el buen ojo del director técnico, quien pidió poco, pero bueno. Lucas Alario fue un ejemplo de esto, dos goles trascendentes hicieron comprender el por qué de tanta insistencia por parte de Gallardo para que sea contratado. Por todo lo narrado (y por muchas cosas más) es que el mundo River hoy festeja, vive en un glorioso limbo que lo transporta a una realidad soñada.

“La Copa Libertadores es mi obsesión…”, cantaba la gente en las tribunas, y ese anhelo hecho canción hizo explotar de felicidad a los corazones riverplatenses. Que soportaron la lluvia en la final y deliraron bajo esa cortina de agua que le dio un toque épico a una noche que no olvidarán jamás...

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BUENOS AIRES -- Días después del escándalo de la Bombonera, cuando Marcelo Gallardo hizo su primera aparición pública, entre otras cosas les pidió a sus jugadores de cambiar el chip, de olvidar todo lo que había sucedido y poner la cabeza de lleno en el partido ante Cruzeiro.

La idea no estaba equivocada, porque la magnitud de lo que padecieron y, en definitiva, del logro alcanzado, le otorgaba a esa noche de la Boca una sensación de objetivo alcanzado. Y no era así.

Eliminar al oponente de toda la vida de la llave era solo un peldaño en una escalera que tiene su máxima estatura en la final de la Copa Libertadores. Más allá de que los hinchas, en la previa del Superclásico, decían que si lo sacaban a Boca después no les importaba más nada, la realidad marca que el Millo no gana este título desde el año 1996 y se trata de una de las deudas históricas del club.

El técnico, que nació y se crió en el club, sabe que eso es así. De ahí la exhortación a no quedarse sólo con una conquista parcial.

En este contexto, la realidad marcó que River nunca logró reencontrarse con la versión de sus mejores épocas. Sí con esa faceta de equipo apurado, nervioso, impreciso, sin ideas, que no piensa y que corre casi sin sentido. Ante un deficiente funcionamiento colectivo, tampoco aparecieron las individualidades.

Desde que en el comienzo de la temporada Leonardo Pisculichi dejó de ser el hombre que metía la pausa, que hacía jugar, que aprovechaba la pelota parada y que tenía presencia de gol, el equipo nunca se acercó a lo que fue en el otro semestre. Nadie pudo recoger el guante y asumir ese rol de conductor.

Tanto es así que hoy Gallardo hasta modificó su convicción táctica para poder mitigar dicha falencia. Pero el fútbol no aparece. Y no sólo eso, tampoco está preciso en la definición. Ni encuentra mecanismos opcionales. Es un River con más corazón que fútbol, cuando el entrenador siempre soñó con que la ecuación fuese inversa.

En el caso del choque contra Cruzeiro, si bien la llave no está definida, jugando como visitante deberá modificar algunos aspectos de su juego. Uno de ellos será el defensivo. Porque el equipo brasileño, con muy poquito que hizo en ataque, le llegó con peligro cierto de convertir en una cantidad de oportunidades que desnuda un desequilibrio en el rival. Y aquí surge lo del River apurado y nervioso. Ese combo poco aconsejable para ir a buscar un resultado, es el que lo llevó a padecer pese a las escasas aspiraciones de ataque que tuvo su oponente. Cruzeiro lo esperó para salir de contra y el Millo no consiguió abrir a esa cerrada defensa y desacomodó sus líneas ofreciendo muchos espacios.

Hace tiempo que venimos hablando de un equipo inestable. Desde lo emocional y desde lo futbolístico. El jueves volvió a exhibir esa patología. Perdió de local y ahora deberá viajar a un estadio muy complicado, con una carga histórica que le es negativa (nunca le ganó una llave a Cruzeiro).

No todo está perdido ni terminado, pero el volantazo que tendrá que pegar, obligadamente, Gallardo será tan abrupto lo encarrilará en la ruta o lo dejará definitivamente en el pasto.

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Juan Aurich v RiverGetty Images
BUENOS AIRES -- Muchas veces en el fútbol, cuando se habla de las estadísticas hay quienes las cuestionan aduciendo su gestación en tiempos diferentes a los actuales. Y como para refrendar esa idea agregan que se trata de momentos y equipos diferentes, por lo cual es imposible confrontar lo que sucedió con lo que puede pasa o pasar. Desde lo racional, suena atendible.

Sin embargo, en este deporte existen karmas que superan a la lógica. Tal el caso de River con la Copa Libertadores.

A lo largo de su historia ha sufrido todo tipo de infortunios, los cuales no es momento de enumerar. Sí, en cambio, esta idea nos otorga el marco ideal para introducirnos a lo que está viviendo el Millo en el torneo sudamericano.

Nunca en este certamen algo le resulta sencillo, por el contrario, todo parece terminar codeándose con la contracara de la felicidad. Si juega bien, no aprovecha las chances que genera y esto redunda en que sus rivales hacen gala de una notable eficacia. O su autoestima se va minando por algunas contingencias. O simplemente juega tan mal que eso le impide sumar de a tres.

En Chiclayo el inconveniente a superar era una cancha de césped sintético en muy mal estado. En parte consiguió minimizar ese escollo, pero como se trata de Copa Libertadores debe sufrir, ergo, las cosas no le salieron redondas. Muchos pensarán que sería caer en un simplismo analizar sólo desde esa arista, casi azarosa, el empate ante Juan Aurich, pero no hay demasiadas explicaciones tácticas ni técnicas como para entender cómo River no cosechó su primera victoria en el certamen. Tal como le viene ocurriendo en este semestre, su mala puntería a la hora de definir termina siendo determinante en el resultado. Más una clara endebles defensiva. Y los goles que no hace se los marcan...

La preocupación de los hinchas pasa por saber si la igualdad complica la clasificación. Sería una necedad pensar lo contrario. Pero no lo limita al punto de depender de un milagro para conseguirla. Acá la gran dificultad es el errático nivel que exhibe River. No es un equipo confiable ni contundente. Dista mucho de aquel once que descolló en el inicio de la segunda mitad de 2014. En eso radica el mayor problema. Porque jugando bien, todos los rivales son perfectamente ganables, sea en el Monumental (donde le quedan Juan Aurich y San José) o fuera de casa (Tigres en Monterrey).

A priori, da la sensación de que Tigres con su victoria en la altura de Oruro se ha cortado en la puja por la primera plaza para la próxima fase, con lo cual River y Juan Aurich pujan por la segunda. Por eso resultará decisivo el choque que ambos disputarán en Núñez el próximo jueves. Porque realmente ya no le queda margen para otras patinadas.

¿Puede imponerse al conjunto peruano? Debe y tiene con qué. El tema es volver a mostrarse confiable y saber usufructuar todo lo que genera. Si no lo hace, ahí sí el gran objetivo de la temporada se convertirá en una tremenda frustración.

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