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Los árbitros profesionales fueron niños, eso es lógico

MÉXICO -- En 4º de preparatoria (1er año de prepa), si la lógica y la memoria no me falla, cursé aquella materia que al principio creí para locos y fumados, Lógica. No recuerdo mucho, sólo que la aprobé y que me sirvió para entender uno que otro chiste que incluía silogismos.

Me echo un clavado a los apuntes, desordenados y amarillentos. Y entonces puedo empezar a deducir lo siguiente: los árbitros profesionales fueron niños, eso es lógico. Si decidieron estar cerca del futbol al ser adultos, por lógica podemos confirmar que de niños les gustaba este deporte. Y entonces Marquito le iba al América, Alfredito al Cruz Azul, Robertito a los Pumas y Paulcito, al nacer en Guadalajara, era seguidor fiel de las Chivas.

Es claro que el árbitro, antes de tener el peor trabajo del mundo, ni futbolista ni aficionado, jugaba al futbol, lo hacía mal y normalmente sus amigos lo ponían de lateral o delantero. Donde menos estorba, que complete los once. Nunca marcó diferencia. Y como buen niño aficionado pasaba horas y horas de clase gastando las hojas de aquel cuaderno forrado en azul, dibujando algún escudo e imaginando los once que jugarían el fin de semana.

Entonces aquel niño, ávido de protagonismo ante los cracks de la escuela, encuentra en el arbitraje del recreo la solución a sus problemas. Ahora ni lateral ni suplente, ha tomado el poder y la pelota. El primer día echó del partidito a "Marcos", popular y talentoso como pocos. El primero en ser elegido pues. El tal Marcos decidió cambiar de silbante y seguir en el juego. Enseñanza uno para aquel debutante árbitro: por lógica es necesaria una buena relación con el poder. De lo contrario, a jugar policías y ladrones con los de "4º B".

Cuando volvió de la suspensión, el frustrado árbitro comenzó con "su" espectáculo. Amonestó y expulsó a diestra y siniestra, repartió a éste y a aquel. Ese otrora pobre lateral apareció ese martes vestido de negro, asimilando su protagonismo y el uniforme de policía que nunca tuvo. Sacó sus frustraciones diarias y terminó con el juego. Recogió la pelota y salió corriendo. Todo entre reclamos, berrinches y empujones.

Tras sendas investigaciones se supo que terminó con el partido porque perdía el equipo de su "amiga", esa a la que volteaba a ver cada minuto. La guapa, la popular. Pesó más el corazón. El silbato le daba la posibilidad de favorecer a su equipo, o al de su amiga, o al del director si fuera el caso. ¿No me creen? Escuchen a algunos "niños" que con el tiempo decidieron ser periodistas y que hacen un análisis con el estómago, al calor del juego, con la camiseta y el escudo debajo del traje Hugo Boss. Pues eso. Unos y otros también necesitan autoanálisis. Cuando no hay autoanálisis hay soberbia. Por lógica pura, algunos de éstos y aquellos pecan de soberbia. Es lógico ¿no?