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Messi, con el corazón del fútbol argentino en la mano y por la felicidad de la nación

¡Uno más, Leo! Los fanáticos de Argentina se desviven ante su ídolo, que puede alcanzar la gloria máxima con un triunfo ante Francia. Shaun Botterill - FIFA/FIFA via Getty Images

DOHA (Enviado especial) -- Describir a Lionel Messi es una tarea imposible. Porque los artistas deben ser admirados por su arte y el arte se aprecia solo desde el sentimiento. Entonces, las palabras, siempre sabias y generosas, se convierten en herramientas inútiles para la tarea de expresar emociones. El diez argentino, que hoy está frente a su obra cumbre, no puede ser explicado más que por aquellos que le dieron el soplo de vida. Que cimentaron su camino. Que crearon las condiciones para su irrupción genial en este mundo.

Por eso, Lionel Messi es Alejandro Watson Hutton. Es Jorge Brown. Es Cesáreo Onzari. Es Carlos Peucelle. Es Bernabé Ferreyra. Es Nolo Ferreira. Es Alumni. Es Racing Club. Es Manuel Seoane. Es Vicente de la Mata. Es Renato Cesarini. Es Ernesto Lazzatti. Es Roberto Cherro. Es Ángel Labruna. Es Rinaldo Martino. Es Independiente. Es Boca Juniors. Es Mario Boyé. Es Alfredo Di Stéfano. Es Juan José Pizzuti. Es Luis Artime. Es Carlos Bianchi. Es Oscar Más. Es River Plate. Es San Lorenzo de Almagro. Es Héctor Scotta. Es Norberto Eresuma. Es Mario Alberto Kempes. Es Daniel Passarella. Es Roberto Perfumo. Es Ubaldo Fillol. Es el Juvenil del 79. Es Huracán. Es Gimnasia. Es Estudiantes. Es el ascenso. Es el fútbol del interior. Es el fútbol chacarero. Es Jorge Comas. Es Garrafa Sánchez. Es el Trinche. Es César Menotti. Es Carlos Bilardo. Es Alfio Basile. Es Ariel Ortega. Es Román Riquelme. Es Alejandro Sabella. Es Pablo Aimar. Es él. Es Diego Armando Maradona.

Es todos ellos porque ellos, y muchos otros más, son él. En ese círculo virtuoso y maravilloso está la esencia de nuestra vida. El fútbol argentino es el más prestigioso del planeta. En su suelo se crían los más grandes de todos los tiempos. Así ha sido siempre y así será. Para ser considerado el número uno, la primera condición es ser argentino. No es nacionalismo barato ni chauvinismo. Es una realidad concreta de este juego. Del movimiento cultural más importante de la humanidad. ¿Por qué? Por contagio. Por el aire. Por la tierra. Por el fuego.

Messi lleva en su gambeta cada gambeta de cada rincón de su patria. Messi no es un jugador "moderno". Messi es un crack sin tiempo. Tiene el corazón de los pibes que han surcado los potreros desde el siglo XIX. Y tiene el talento sumado de todos ellos. Y tiene también el amor por la camiseta. El increíble amor por estos colores. Un amor no solo futbolero. Un amor sanmartiniano. Ese amor que lo ha llevado a la angustia más profunda. Y también que lo ha empujado hacia la gloria en los días aciagos. Solo el amor puede hacer ambas cosas.

¿La final contra Francia? Messi ya la jugó. La jugó en su mente y en su alma cada día de su vida desde que pateó la primera pelota. Él ya sabe todo. Sabe que cada paso dado en esta Copa del Mundo fue con este día en el horizonte. Aprendió el arte de la invisibilidad solo para este partido. En sus casi veinte años de carrera profesional ha sido todo: goleador, pasador, estratega, gambeteador, velocista. Solo le faltaba ser invisible. Y en Qatar lo ha sido. Desaparece y cuando vuelve a corporizarse lo hace ya abrazado a su hinchada. Ese truco de magia, tan solo uno más de su vida de ilusionista, fue creado para este domingo.

Francia es el campeón reinante. El que sabe afrontar este tipo de desafíos como nadie. Pero también es el seleccionado que ha mostrado deficiencias. Que tiene fallas. Y allí estará el diez de celeste y blanco para aprovecharlas. Porque esta final está cargada de condimentos emocionales, pero también será un encuentro de fútbol en el que habrá estrategias. Y en ese plan de juego, Messi será fundamental. Como siempre, pero también como nunca. Su posicionamiento inteligente en callejones centrales y en sectores cercanos a las bandas será fundamental. Desde allí puede explotar las espaldas de los mediocampistas y también los espacios que dejen los laterales. En el pizarrón también será la ficha más valiosa.

Messi también representa la lucha argentina. El coraje proverbial de nuestro pueblo. La maravillosa valentía que nos impulsa a ser los mejores, una y otra vez. El fútbol es la vida y cuando Messi juega con los colores nacionales le da el brillo que de verdad tiene esta patria. Argentina es Messi, con su talento extraordinario y su arrojo. Con su tozudez para ir a buscar los objetivos incluso cuando parecen ya caducos. Cuando solo queda caminar entre los gritos desesperados de la razón, que con su lucidez en la frustración clama por el sometimiento a la derrota. Y entonces, a pesar de esos alaridos, Argentina sigue adelante. Messi sigue adelante. Sabe que allí adelante puede haber otro desengaño. Pero con mucha más fuerza confía en que habrá una final más en un remoto estadio de Medio Oriente.

Y entonces ve que esa oportunidad es tan magnífica, tan significativa, tan trascendental, que reúne a sus amigos. A sus compañeros. Y ya no camina. Corre hacia ella. Corren. Porque saben que no es la oportunidad de una redención individual o grupal. Es la prodigiosa ocasión de darle a su pueblo un motivo de felicidad plena. Una alegría única. Absoluta. Un goce automático y bestial, pero al mismo algo aún mejor: el obsequio de un recuerdo. Una hermosa evocación a la cual aferrarse en los momentos más duros del futuro. Una imagen que actúe como bálsamo. Para el resto de nuestras vidas.

Entonces, Lionel. El domingo, andá a buscar lo que ya es tuyo. Lo que ya es del fútbol argentino. Lo que ya es nuestro.