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Moretti, el artista que vive conectado con aquel adolescente que creció alentando a Sarmiento a cuatro cuadras de su casa

Cuando juega Sarmiento de Junín hay que tener doble pantalla y el espectáculo está asegurado. Si uno quiere entretenerse y no tiene el corazón puesto en lo que ocurra con el Verde, puede ver el partido en cualquiera de los dos dispositivos. En el otro, por supuesto, hay que seguir la catarata de tuits de Manuel Moretti, el líder de la banda Estelares: ese hombre que le dedicó su vida a las canciones vive y siente cada partido de Sarmiento como si estuviera en la cancha, como si pudiera modificar con un control remoto el planteo táctico o, quizás, como si estuviese entre sus atribuciones tuiteras el empujar una pelota que anda picando por el área chica rival.

“Formo parte de una generación que tuvo por primera vez en mi ciudad, Junín, a un club que ascendió y jugó en Primera División. ¿Cómo no va a ser un símbolo de pertenencia?”, dirá sobre el Verde en alguna parte de la entrevista con ESPN.

–Siento que en Twitter cada vez que juega Sarmiento te volvés visceral y sos un hombre mundano. Dejás de ser el artista de Estelares y te jugás el corazón en cada tuit.

–Un poco sí. Lo que pasa es que para mí hay mucho del juego de la alta competencia que es completamente artístico. Es una visión mía, por supuesto, pero lo vivo así. Y ahí se superpone con otra cosa: el hincha, porque esencialmente soy hincha de Sarmiento. Y escribo muchos tuits sobre eso, pero sobre todo porque quiero que Sarmiento juegue de la mejor manera según mi modo de ver el fútbol. Y me resisto a las limitaciones, a saber que tenemos planteles con presupuesto acotado.

–Sos un apasionado, y deseás resultados, pero también buscás arte y tratás de “leer” los partidos.

–En el deporte me apasiona encontrar jugadores que “leen” el juego, que ven qué hay más allá. Entonces digo: “Mirá qué bien que juega este pibe, qué lectura tiene, qué bien defiende o qué respuestas encuentra en ofensiva”. Porque el deporte tiene lo lúdico, lo creativo, y también la lectura de situaciones.

–También tu vida como creador de letras y acordes tiene esa síntesis de muchos mundos e inquietudes.

–Cuando jugaba, en mi adolescencia, había algo en el fútbol que conjugaba lo lúdico con lo creativo, ¿viste? Pero también es un juego de lectura. Ahora ya estoy grande y no puedo tirar un mano a mano. Pero de la misma manera que cuando era joven, trato de leer el juego: antes de que venga la pelota, intento ver a quién le puedo poner un pase al vacío o quién está más libre para continuar el juego. A todo eso no lo pensás: es completamente creativo, te sale, ocurre. Y es muy, muy grato para mí.

–Te veo tuitear y se me ocurre que Sarmiento es como el argentino típico: la persona que lucha por mantenerse, la que trata de sacarle brillo al barro. ¿Lo vivís un poco así?

–Sarmiento está muy ligado a lo que es mi vida de hincha. Y casi toda mi vida de hincha fue en el ascenso. Entonces, ahora estás en Primera y cuando conseguís ser competitivo no lo podés creer. Pero también sabés que sos un equipo de economía reducida. De todos modos, en 2021 Sarmiento sacó una Reserva campeona bajando a Boca y a River. Jugaba, por ejemplo, Luciano Gondou, que es titular en la Selección Sub 23. Gaby Díaz, ya afirmado en la defensa, y Manu Mónaco, el más jovencito de todos, son titulares en Primera y salieron de ese equipo. Julián Brea que se fue a Chile, acaba de ser campeón con Huachipato. Y esa es la mayor alegría: que Sarmiento está haciendo escuela.

–¿Y de qué está compuesta esa escuela?

–Es que esa escuela tiene raíces históricas. En el ascenso, Sarmiento siempre jugó bien al fútbol. Jamás fue “picapiedra”. Era un equipo vistoso, que intentaba jugar muy bien al fútbol. En la Primera estamos acomodándonos, porque hay que salvar la categoría, pero con los pibes se mantiene ese legado de jugar bien.

–Siempre fuiste muy futbolero. ¿Llegaste a jugar en las inferiores de Sarmiento?

–No, no. Jugué en las inferiores de BAP (Buenos Aires al Pacífico). En Junín y alrededores hay como 12, 14 o 16 equipos. No sé. Yo jugué en BAP, de donde salió “el Negro” Ortiz, campeón mundial de 1978, y por donde pasó Osvaldo Zubeldía. En mi época, BAP hacía un montón que no competía arriba en inferiores. Y nosotros, en séptima y en sexta, fuimos subcampeones dos años seguidos. ¡Perdimos las dos finales con Sarmiento!

–Ufff, qué mezcla de sensaciones.

–Me acuerdo la frustración, en una de las finales, perdimos 3-1 en cancha de Sarmiento. Fue en séptima división. Y tengo como una “tara”, porque acabábamos de empatar 1-1 y vino un ataque feroz. Ganó la posición un jugador de Sarmiento que era muy amigo mío. Y lo podría haber tumbado cerca del área. Me pasó, hizo el 2-1 y después llegó el 3-1. Y siempre me arrepentí. ¿Por qué no le rompí “la pata”? Ja.

–Más allá de lo futbolístico, Sarmiento es como una seña de identidad, un símbolo de pertenencia para vos.

–Sé cómo me formó un club que está a cuatro cuadras de la que era mi casa. Lo empecé a ver en Primera C, porque yo era hincha de Estudiantes de La Plata, por mi abuelo. Pero tener tan cerca un club afiliado a la AFA y que en los años ochenta ascendiera a Primera División no son datos menores. Formo parte de una generación que tuvo por primera vez en mi ciudad, Junín, a un club que ascendió y jugó en Primera División. ¿Cómo no va a ser un símbolo de pertenencia?

–¿Cómo fueron aquellos años dorados en los ochenta?

–Iba a cuarto o quinto año de la secundaria y tenía un equipo de Primera División a cuatro cuadras de mi casa. ¡No lo podía creer! En esa época sos adolescente, vago, salís de noche los sábados. El domingo era para la familia y para ir a la cancha a ver a Sarmiento. ¡Era el plan perfecto! Tenía 16 o 17 años y los domingos eran días de felicidad total.

–¿Cuándo dejaste de jugar al fútbol?

–Dejé a los 19 años. Pero hay una parte de mí muy relacionada con el juego. Lo que siempre me “flashea” es que la alta competencia exige que seas muy competitivo. Ahora, de grande, voy a jugar y siento todo muy lúdico. Y a veces el que juega en contra hace un jugadón y yo lo aplaudo. Y al mismo tiempo tengo otro registro en mi memoria: cuando jugaba al fútbol se me “devolvía” como que jugaba bien. Y eso hace que el deporte y el juego estén marcados en mi vida.

–Cuando hablamos de vóley dijiste que te gustaba porque estabas consustanciado con el juego completamente. Muy sumergido. Y que en fútbol a veces “te ibas” del partido.

–Había épocas en las que me conectaba solo por momentos. Por ahí, cuando había que levantar un partido. Pero si estábamos 2-0 arriba, ganando fácil, es como que “me iba” de la cancha. O por ejemplo, íbamos ganando 2-0 y nos empataban 2-2. Me daban ganas de irme. No tenía alma de decir: “No me importa, acá salgo y lo levanto de nuevo”. No tenía eso. En el fútbol iba y venía con mi cabeza. En el vóley estaba más sumergido en el juego, en la acción.