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Rosario merecía un Maradona

Lionel Messi conquistó el título que le faltaba: la Copa del Mundo con Argentina en Qatar 2022. Julian Finney / Getty Images

Lionel Messi levanta la Copa del Mundo y confirma, con ese grito que mezcla alegría y desahogo, que el mundo, esta vez, no ha vivido equivocado.

Rosario, la ciudad del arte, de la música y del fútbol, merecía un Maradona.

En esa sonrisa viven todas las sonrisas. En esa expresión de júbilo mayúsculo, se concluye entonces el final de una búsqueda que encontró su premio a tiempo. Es un recuerdo que será para siempre. Una vez más, es 19 de diciembre, pero no de 1971. El grito de gol se lleva de nuevo al viejo Casale hacia la eternidad mientras el Pichón de Cristo, encarnado en el Dibu Martínez, vuela hacia la gloria. ¿Hay mejor forma de morir que esta?, se preguntan los amigos rosarinos.

Y no, no la hay. Porque Argentina vuelve a ser campeón del mundo, como lo diagramó entre dibujos, como lo anticipó entre líneas, el Negro Fontanarrosa. Messi es el Monito que imaginó goles entre malvones y geranios. "Adianchi, Adianchi", es por acá dice el Manosanta. Los estábamos esperando. Hoy, de nuevo, hay fiesta en El Cairo. La mesa en el centro ilumina la tarde con charlas de tacos, sombreros y rabonas.

Será luego la noche y finalmente la madrugada. Hoy en la tierra del fútbol hay clima de festejo.

"Y... si no me tienen fe".

Avanza ahora Messi, el de Newell's Old Boys, y se la deja a Ángel Di María, el de Rosario Central. Dos en la ciudad. Rompen la grieta para que el país sea uno solo. Es el fútbol que derrota para siempre a la mezquindad de los oportunistas. Ni ellos ni ustedes: será, desde hoy y para siempre, nosotros. El Monumento a la Bandera se prepara para ser un corazón celeste y blanco que rebota, pero eso llegará después. Será el amor después del amor. Un hincha pierde contra los nervios, gana la calle en Santa Fe y Sarmiento y escucha un bocinazo: ¿habrá sido gol de Argentina? ¿Penal para Francia? La observación de los pájaros augura un pronóstico favorable.

Son tardes enteras con la radio pegada al oído. Desde 1986 hasta hoy, a la espera del instante perfecto que inmortalizará recuerdos. Que cortará transversalmente generaciones. Ahí está de nuevo el viejo con árbol, entre piezas de música clásica, obras de la pintura universal y puteadas descarnadas. Es esa mezcla la que sintetiza esta historia: el análisis fino que pierde por goleada contra la pasión desmedida.

Messi, esta vez, no se queda callado. Decide hablar, se pelea con los holandeses y anticipa que lo que vendrá días después será distinto a lo que alguna vez fue. "No podés ser ídolo si sos demasiado perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio... ¿Cómo m.... la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna? No, mi viejo", aclara Fontanarrosa. Y tiene razón.

¿A nosotros nos van a sacar la Copa? ¡De acá! Messi para Di María y Di María para Messi. Messi ahora para Julián Álvarez, que recibe, devuelve y pica al vacío. Álvarez y Borges, los conversadores, en un diálogo inmortal. Ya queda poco, es el final. "Vamos Diego desde el cielo", dice Lionel. Es para nosotros, es para ellos, ¡Es para nosotros!

Messi, ahora, besa la Copa y la levanta ante el éxtasis del mundo. Una capa lo cobija y lo envuelve. Un vestido y un amor: el mago de los pies de oro enseña su truco final.

Rosario, la ciudad del fútbol, merecía un Maradona. Y ahora lo tiene.

¡Qué lo parió, Mendieta!

Qué lo parió.