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Campeonas con mayúsculas

ROSARIO -- A la hora de explicar el título mundial de Argentina, encuentro que el análisis de la final ante Holanda es apenas un detalle anecdótico. Lo que importa, en realidad, es el trabajo que hay por detrás de un éxito circunstancial, todo eso que no sale en los diarios.

Conozco a este equipo y a sus jugadoras, ya que muchas de ellas fueron compañeras en esta etapa dorada del hockey argentino. Por eso sé del trabajo y del esfuerzo que hay detrás de esta consagración. Ese sacrificio pocas veces se conoce, pero es clave para entender el aquí y ahora.

El público en general conoce un poco más de este grupo cuando llega algún exito a nivel internacional. Pero antes y después, cuando el hockey vuelve a quedar relegado a dos líneas con los resultados y nada más, hay un trabajo de todos los días. Hay que levantarse a las 7 de la mañana para después entrenar de 8 a 12, siempre y cuando no se sume un doble o triple turno. Hay que dejar de lado muchos otros proyectos para dedicarse a entrenar y a prepararse para ser, cada día, un poquito mejores. En definitiva, hay que dejar alma y vida por el deporte.

En el fondo, no hay secretos, sino una enorme dosis de trabajo, humildad y amor propio. Luego el éxito puede llegar o no, entendiendo el éxito en los términos en los que lo mide la gente que sólo ve los resultados: un puesto más o menos alto en una competencia internacional. Pero la verdad es que, para los que atraviesan todo el proceso, el éxito es otra cosa: es apoyar la cabeza en la almohada a la noche y dormir en paz, sabiendo que se dejó todo lo que se tiene para respetar esos tres principios.

El hockey femenino ya logró un protagonismo que debería hacer que se gane un lugar más destacado del que tiene una vez que se apagan los reflectores. Desde 1998 que Las Leonas no bajan del cuarto lugar en cualquier torneo que disputen.

Otra vez, no es esa la verdadera medida del éxito, sino, en todo caso, una consecuencia de entregar todo por el proyecto en el que uno se embarca. Y eso, por suerte, creo que sí lo percibe el público que se engancha con Las Leonas. Jugando bien o jugando mal, hay una esencia que no se pierde, porque hay un equipo en el que los roles están claros y se cumplen y en el que nadie quiere ser más de lo que es.

Todo eso deriva en un equilibrio psicológico, anímico, físico, técnico y táctico que se ve reflejado desde el minuto cero. Si además se le suma ese plus de entrega que caracteriza a las chicas, es difícil para cualquier rival ser superior en la cancha.

Eso fue lo que pasó apenas comenzó la final: Argentina salió decidida a marcar territorio y a meter una presión asfixiante. Y lo consiguió pegando primero y pegando dos veces, para conseguir una diferencia que, a la larga, condicionó el desarrollo del partido y obligó a Holanda a pelear desde atrás.

Primero llegó el primer gol de Carlita Rebecchi después de una gran combinación entre Sole García y Lucha Aymar. Entró sola para recibir de frente al arco y anotar el 1-0 con apenas cuatro minutos en el reloj. Para mejor, a los 13 llegó el 2-0 en una gran ejecución de corner de Noe Barrionuevo.

A partir de entonces, el partido se transformó en una típica final, por momentos muy impreciso. Holanda salió a buscar, pero en lo que quedaba del primer tiempo prácticamente no lastimó.

Recién en el arranque del segundo tiempo pudo Holanda acortar distancias, con un corner impecable de Maartje Paumen. Pero la verdad es que la goleadora del torneo no tuvo la efectividad acostumbrada, y eso ayudó. Encima, Belén Succi le sacó un par de tiros importantes, y eso definió el duelo para el lado de la arquera argentina.

Por otro lado, las chicas respondieron, como en todo el torneo, con un sistema defensivo impecable. Y cuando hablo de sistema me refiero a cómo se reorganiza el equipo cuando no tiene la pelota, desde la número nueve hasta la arquera.

Eso sí, después del gol holandés, quizás hubo demasiado repliegue. Por más que el esquema defensivo siguió funcionando, cuando defendés tan cerca de tu arco, tenés menos margen de error.

Entonces llegó el tiro del final. Y quiero rescatar a Sole García, que ya había sido protagonista del primer gol y volvió a serlo en el último. A lo largo de todo el torneo, sin frustrarse cuando el gol no se le daba, terminó provocando anotaciones de sus compañeras. Y el gol del cierre no fue la excepción: primero reventó el poste y después peleó el rebote desde el piso: cuando la pelota se levantó, otra vez más estuvo Carlita Rebecchi en donde tenía que estar para sellar el 3-1.

Ahí se terminó el partido: Holanda ya no tenía argumentos ni resto físico para más. En el fondo, en las finales el análisis pasa a un segundo plano, porque lo que importa es que hay que ganarlas, y Argentina hizo exactamente eso.

Entonces llegó el momento de la consagración, del festejo, de los abrazos y del llanto. El momento más lindo para el público, y también para las chicas, porque le pone el broche de oro a todo ese esfuerzo silencioso de años.

Como en cada gol, pero también como en cada momento díficil a lo largo de este proceso, en ese abrazo estuvieron todas las jugadoras. Felicidades, campeonas: disfruten de ese abrazo interminable, porque realmente se lo merecen.