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Durant y Westbrook, dos formas distintas de ver una misma historia

Los hechos son objetivos y no hay lugar para la discusión, son las interpretaciones de los mismos las que dividieron a Kevin Durant y Russell Westbrook.

Que conste, los otrora compañeros nunca fueron tan amigos más allá de las duelas. No es que compartieran momentos de fraternidad como aquellas barbacoas de Tim Duncan, Manu Ginóbili, Tony Parker y compañía. Eso no iba con ellos, y como dijo en su día Kendrick Perkins, Westbrook y Durant nunca se valoraron. La opinión del pívot llegó cuando Oklahoma era el nicho de una relación percibida como longeva, pero que no iba más allá de los partidos y las prácticas. El afecto mutuo estaba encerrado en la mera actividad deportiva, en la competencia.

Esa falta de confraternidad de puertas para afuera no significa que no existiera un cariño especial entre ambos. Aunque no se viera a menudo, tanto Westbrook como Durant se apoyaban mutuamente, se complementaban y compartían el sueño del campeonato que se les escapó en las Finales de 2012. Se querían a su manera, queriendo ser mejor que el otro, superándose a sí mismos constantemente. Se apreciaban con la frialdad de dos genios que trabajaron durante toda su vida para ser los mejores.

El discurso de Durant cuando recibió el Jugador Más Valioso de la temporada regular de 2014 fue el gesto público más emotivo que se conoce en este idilio.

"Es un tipo emocional que atravesaría una pared por mí", dijo sobre el armador. "Hay días en los que me gustaría abordarte y decirte que te pongas las pilas, pero sé que hay días en los que tú querrías hacer lo mismo conmigo. Te quiero. Muchas gracias. Me haces mejor. Es tu ética de trabajo, siempre quiero competir contigo. Si me ganabas me enojaba. Siempre quise trabajar con más ahínco que tú. Pones la vara de medir. Marcas el tono. Tienes mucho que ver en este premio. Tienes el calibre de un JMV. Es una bendición jugar contigo".

Y no es que Westbrook tuviera una sonrisa permanente cuando escuchaba a su compañero, de hecho tenía un hieratismo que se podía interpretar de muchas maneras, porque en cierto modo esa competencia ente los dos tuvo un claro vencedor a partir del mismo momento en que Durant subió al podio. Se querían, se respetaban, tenían una mira común y al mismo tiempo se disputaban el liderazgo en silencio y a base de arduo trabajo. Si cuando su relación era un camino de rosas ya existía un relativo despego, en el momento en que se consumó la abrupta disolución el vínculo se cortó de raíz. No había sentimentalismos que fortalecieran unos hilos sin término medio. O todo, o nada.

Los hechos son objetivos: Durant se marchó a Golden State Warriors durante la agencia libre con el objetivo de lograr un anillo. El comunicárselo a la gerencia fue la conversación telefónica más difícil que tuvo en su carrera deportiva. Mientras encontraba la manera de comunicárselo a su media naranja en la duela, éste se enteró a través de las noticias y las redes sociales.

Las interpretaciones de los hechos son lo que cortaron la naranja en dos. Por un lado, Westbrook se siente furioso y dolido por no haber tenido una reunión cara a cara con Durant para que éste le comunicara su decisión. Ni siquiera una llamada le dio cierta prioridad a la hora de enterarse y siente que nunca debería haberse dado cuenta al mismo tiempo que el resto del mundo. Perder a su compañero en plena agencia libre ya era un jarro de agua fría en sí, el que se marchara de esa manera tan impersonal agravó el malestar y el dejarle solo ante el peligro cuando todo el mundo miró hacia el armador para pedir explicaciones, cuando le señalaron como el culpable de la escisión por tener un carácter más fuerte que su excompañero, cuando le colgaron el cartel de egocéntrico de una manera más visible... Eso le acabó convirtiendo en víctima y responsable al mismo tiempo. Aquello avivó una furia que todavía dura siete meses después.

El prisma de Durant es distinto en la interpretación. Él afirma que avisó a Westbrook, aunque fuera después de que la noticia trascendiera. El alero no supo cómo abordar el tema, no tuvo una estrategia firme en su acercamiento al respecto y nadie en su entorno le asesoró para que diera prioridad al aspecto humano sobre todo lo demás. Ese detalle se le escapó, es consciente de ello y ha intentado solucionar el asunto sin suerte. Durant no le hubiera dado tanta importancia a esta historia de no haber sido por el silencio del base y la manera despectiva en la que se dirigió a él en cada uno de los dos partidos que han jugado en contra esta temporada. Él piensa que la prensa tiene mucho que ver en la manera en la que se ha retratado la historia y que los medios están contribuyendo a separarles todavía más.

Si antaño Westbrook hubiera sido capaz de atravesar una pared por Durant, ahora, el armador ha construido un muro impenetrable entre ambos.

El sábado, la sana competitividad del pasado será ahora la de dos enemigos íntimos. Cada uno tratará de demostrar a su manera que los problemas personales se resolverán sobre la duela. Ya presenciamos los flecos de esta ruptura en los dos juegos entre Oklahoma City Thunder y los Warriors que ganaron los californianos y en los que Durant brilló por encima de su rival. Ahora será distinto, porque esta fecha está marcada en el calendario por ambos desde que salió a la luz.

Uno rodeó el 11 de febrero con unas ganas tremendas de venganza, el otro, con un sentimiento inevitable de culpabilidad tras tomar la decisión más trascendental y polémica de su carrera.

Cuando vuele el balón, ambos compartirán un objetivo común, ganar. El contexto de este guión hace que el juego se haya convertido en el más atractivo de lo que va de temporada.